Todos somos la minoría, por Kenji Fujimori
Todos somos la minoría, por Kenji Fujimori
Kenji Fujimori Higuchi

La mayoría de los jóvenes de hoy, nacidos antes y después del cambio de siglo –los millennials–, piensan que la política es nauseabunda. Quiero hacer llegar hoy un mensaje a todos ellos: no es cierto que la política sea una cloaca donde solo se negocian intereses. No lo es cuando se mira con el corazón y lejos en el tiempo. No a los próximos cinco años, sino a los próximos treinta en el futuro. Porque solo desde esa perspectiva se distingue las realidades que verdaderamente importan al país.

Si algún capital existe en política está en esos jóvenes. Pero ¿cuándo siguieron a alguien la última vez? Nadie sembró en la mayoría de ellos alguna fe religiosa, mucho menos una convicción política. En un laberinto sin señales trabajan diariamente hasta caer rendidos, y buscan significados en los días de su semana. La mayoría de sus héroes han sido sacrificados en el altar de realidades duras. La discriminación, la intolerancia, la violencia contra las minorías, contra los que son diferentes, contra los marginados, los humillados, contra las mujeres madres o no, contra los pequeños, desde los pastores con sus mejillas cuarteadas en las comunidades hasta los que se hallan hoy con los pies en el lodo o refugiados apenas en una carpa con muy poco qué comer. También los desplazados, los invisibilizados en las grandes ciudades, los que a diario son maltratados, avergonzados por su condición o sus limitaciones físicas o intelectuales; los que viven encerrados en una persona fingida, forzada sobre ellos por la mirada de los otros, los que viven aislados y en la oscuridad, sin información, sin consejo, prisioneros del prejuicio y aún no se atreven a soñar siquiera con ser libres aceptándose en su identidad de género y siendo aceptados por los demás como iguales ante la ley.

Es a todos ellos, a mis hermanos de generación, los que viviremos juntos las próximas décadas y nos conoceremos dándonos las manos, a todos ellos sin excepción, sin dejar fuera a nadie, que me dirijo hoy para decirles que la política no tiene que ser un basural despreciable. ¡Cómo tuviéramos un gran manto en que acogerlos a todos!

Hemos considerado con visión de corto plazo dos temas que había que contemplar con perspectiva. Ambos son temas de conciencia, de principio, relativos a libertades fundamentales, libertades civiles, políticas en el más profundo y más alto sentido del término. Me refiero, como es público, al tema de la tolerancia indispensable ante los temas de género y a la libertad de la prensa. 

El signo de una sociedad tolerante es que existe respeto a las minorías. La tolerancia incluye la decisión política de visibilizar, transparentar e impedir activamente el abuso, el maltrato físico y verbal contra cualquiera por la razón que fuere, racial, religiosa, cultural, social, política, económica o de género. El instrumento contra la intolerancia es una mente abierta a la información, a la modernidad y a la tradición. Y la mejor herramienta es la de la más absoluta libertad de expresión y de prensa. Aun cuando resulte dolorosa y hasta reñida a veces incluso con la dignidad de las personas, es muy superior el valor de esa libertad a entregarle a un gobierno el arma de la censura al delegarle la capacidad de decidir qué debe publicarse. Por esta razón, he tomado la decisión de votar en el pleno del Congreso sobre esta materia de acuerdo a mi conciencia y mis principios. Me opuse y me opondré a todo intento de limitar o recortar en cualquier forma las libertades civiles de las minorías o el libre derecho de los ciudadanos a elegir entre las fuentes de información. 

Así lograremos tejer el manto que nos cubra a todos, a todas las distintas minorías que al cabo forman generaciones; a los que nacimos en un mundo de violencia terrorista y de penuria económica y crecimos en uno nuevo de promesas, pero también de engaños; que aprendimos a ser cuidadosamente desconfiados desde siempre a causa de la desilusión reiterada y a vivir en guardia permanente ante la frase hueca. Estoy sentado hoy al lado del oprimido, del olvidado, de aquel que no tiene voz o no se atreve a alzarla, para pedirle que se ponga de pie y recuperemos juntos el valor de la palabra. La política es un puente entre la minoría y la mayoría. Todos somos la minoría.