Gobierno publicó relación de ascensos en las Fuerzas Armadas. (Foto: Agencia Andina)
Gobierno publicó relación de ascensos en las Fuerzas Armadas. (Foto: Agencia Andina)
Carlos Enrique Freyre

Midiendo distancias sobre un mapa, el punto más lejano en el Perú es el distrito de Güeppí, en su extremo más septentrional, que se contempla como un apéndice tripartito. Pero eso es geográficamente. En el día a día, eso no es precisamente así. El punto más lejano en el Perú son las distancias mentales que se ponen algunos peruanos. El mirar al otro con un cristal empañado de prejuicios. Desde la perspectiva de su condición socio-económica, lo que representa; por su color, origen, idioma, vestimenta o su profesión. Hemos avanzado un trecho importante, es verdad, pero la sensación de que el ideal sigue lejos es un sinsabor rancio en lo cotidiano.

En los momentos en que usted está leyendo estas líneas, varios centenares de soldados y policías comienzan una jornada no poco peligrosa en Madre de Dios. Una patrulla de la Compañía Lince de Pichari está internada en la selva ayacuchana, un pelotón de FOES entrena a contracorriente en el mar de Grau, un piloto FAP transporta ayuda humanitaria, un soldado de un batallón de Locumba remueve escombros de una casa que no es la suya, un mayor desarrolla una tarea académica en un aula, un subteniente instruye a una treintena de reemplazos sobre la manera de servirse los alimentos o un suboficial operador de bote surca un río amazónico vigilante ante las múltiples mafias del narcotráfico que operan en la lejana frontera peruano-colombo-brasileña.

Es cierto: nadie ama lo que no conoce. A veces el silencio se vuelve un contrincante, y aunque es preferible mantener el perfil del que no suele jactarse de su hazaña, es menester que los buenos hombres no sean mancillados gratuitamente. Hace unos días, el periodista Fernando Vivas publicó un artículo en este Diario en el que se refería a los militares de su país como si se tratasen de unas recuas ociosas que, de pronto, atizados por las lluvias, despertaron de la hibernación y encontraron una forma de justificar un oneroso mantenimiento. Vivas afirma con solvencia que “en su fuero y en sus reglamentos pervivieron reglas discriminatorias contra mujeres y gays”; afirmación lejanísima de la realidad.

Los manuales militares se dividen fundamentalmente en dos. Los que se utilizan como doctrina u operación de los sistemas de defensa del Estado y los que norman los procedimientos y comportamientos. Se supone que en estos últimos es donde deberían existir esas “reglas discriminatorias”, pero pueden voltearse al revés y al derecho y no se encontrará una sola que haga una mención que pudiera tildarse de “discriminatoria”, menos contra una dama y mucho menos describiendo algún patrón como negativo contra un ciudadano.

Conforme un país es más complejo y más rico, sus niveles de seguridad se incrementan. Es la naturaleza y dinámica de los estados, no una entelequia local. Por eso, las potencias manejan estándares elevados de profesionalismo y tecnología en sus fuerzas armadas. A más complejidad, más fuerza, porque las amenazas son mayores también. A diferencia del aire que se respira, la paz y la seguridad no son bienes gratuitos; la paz es una elaboración del orden sobre el desorden del propio ser humano, sobre la imperfección de las sociedades. Las amenazas mutan en su tamaño y peligrosidad. Y además, a la par de los tiempos que se viven, en que las catástrofes naturales se convierten en un rival encarnizado de la sociedad, esa misma fuerza tiene capacidad de desdoblarse para ayudar, reconstruir o rescatar, según sea el caso. Una función no minimiza a la otra, la complementa.

Para que una sociedad guarde el equilibrio se requiere de arquitectos, cocineros, ingenieros, artistas, periodistas y combatientes; todos son importantes para llegar al punto ideal que requerimos en democracia e igualdad. El desdén es un artículo sobrante y es un forjador de distancias entre los peruanos. Las fuerzas de seguridad del país sirven para defenderlo y para acercar a los ciudadanos, tendiendo puentes físicos y espirituales. Como toda construcción humana, esta tiene sus imperfecciones y sus momentos álgidos, pero también la habilidad de repensarse, de transformarse, para estar a la altura de quienes la necesitan.