Se necesita timonel, por Juan Arroyo
Se necesita timonel, por Juan Arroyo
Juan Arroyo

La confianza, condición básica para el funcionamiento de la sociedad y el mercado, se encuentra hoy seriamente afectada por una crisis institucional y de valores que ha generalizado la permisividad y la trasgresión cotidiana de las normas. Este es el costo que estamos pagando por haber dejado de lado reformas en el Congreso, el Poder Judicial, la Policía Nacional y el sector informal que afectan nuestra cultura cívica y calidad humana. ¿Es así como pensamos ascender al nivel de los países desarrollados? Mucho se habla de retomar el crecimiento económico, pero no hay forma de relanzarlo y hacerlo sostenible sin un cambio cultural e institucional.

Siempre nos hemos hecho de la vista gorda sobre esta hegemonía de la cultura criolla que, como criticó Sebastián Salazar Bondy en su ensayo “Lima, la horrible”, instaló la viveza y la flexibilidad moral casi como un atributo de la peruanidad. Renegamos de las criolladas, pero las practicamos o consentimos. Así, nos quejamos de la falta de respeto a las normas de tránsito pero también nos permitimos ciertas licencias al conducir.

Casi no hay actividad cotidiana que no se tope con estas manifestaciones de un relativo desgobierno civil: tramitadores, choferes fuera de control, comerciantes sin comprobantes, vigilantes que se consideran dueños de las calles, autoridades universitarias lucrando con el facilismo, programas de televisión del peor nivel y así un largo etcétera. Por ello, el Perú, a pesar de haber sido reconocido en la década pasada por su crecimiento económico, no sobresale en lo institucional. La revista inglesa “The Economist”, por ejemplo, nos califica con 34% respecto al indicador “vigencia de las leyes y normas” y el World Justice Project asigna al país la posición 63 entre 102 naciones en lo que refiere a la percepción de la población respecto al Estado de derecho. Tan conscientes estamos de este talón de Aquiles que en la última encuesta de Proética, el 91% de los peruanos respondió que no respetamos las leyes.

¿Podremos escalar a ligas mayores con este pesado lastre? Muy difícil. Tendríamos que remontar previamente este rezago institucional. Lo dijo Adam Smith en 1776 cuando explicó en su obra más conocida, “La riqueza de las naciones”, que el buen funcionamiento del mercado requería un autocontrol ético.

El mercado no es sinónimo de una guerra sin reglas de todos contra todos. Si se debilitan las normas de convivencia social, no es posible la vida en sociedad. Felizmente existe hoy una mayoría sana, laboriosa y con capacidad de indignación que está buscando señales de un liderazgo auténtico para apoyar un cambio. Ellos son la gran reserva moral del país. ¿Pero podrán entender nuestros precandidatos al 2016 que en caso de ganar no les estaremos premiando con un certificado para su hoja de vida sino entregando el sagrado encargo de sacarnos de este atolladero? ¿Entenderán que no requerimos de un ilusionista más sino de un gran timonel?