Rosario Murillo, la esposa del presidente Daniel Ortega, no solamente es la mujer más influyente de Nicaragua, sino que también se convirtió, tras los controvertidos comicios de 2016, en la vicepresidenta del país, sumido actualmente en una crisis que deja cerca de 200 muertos. (Foto: Reuters/Oswaldo Rivas)
Rosario Murillo, la esposa del presidente Daniel Ortega, no solamente es la mujer más influyente de Nicaragua, sino que también se convirtió, tras los controvertidos comicios de 2016, en la vicepresidenta del país, sumido actualmente en una crisis que deja cerca de 200 muertos. (Foto: Reuters/Oswaldo Rivas)
María José Guerrero

El régimen del dictador y su esposa ha ejercido desde el 2007 una estrategia de intervención psicosocial, en un intento de sumir a todo un país en una especie de absurdo colectivo. Una atmósfera de “sinsentido alegre”, donde cualquier cosa es posible en lo económico, político y social, parece ser la plataforma que el gobierno de la familia Ortega se ha empeñado en construir ante una población con cada vez menos capacidad de asombro.

Las avenidas principales de Managua son iluminadas por los “árboles de la vida”, enormes estructuras metálicas de colores estridentes recubiertas con miles de focos LED, que se han convertido en un emblema del poder de la pareja presidencial y que fungen como testigos del subsidio del petróleo venezolano a la matriz energética nicaragüense y a los bolsillos de los Ortega-Murillo. Un proyecto amadrinado por Rosario Murillo, que le costó al exiguo erario público un estimado de US$3 millones y que conminó a los capitalinos a vivir en lo que hoy parece un extenso parque de diversiones en decadencia. Los “arbolatas”, como se los conoce popularmente, han puesto a prueba la imaginación de una población, mayoritariamente conservadora y católica, que ha llegado a considerarlos incluso como “símbolos esotéricos de control”.

Y es que la propia Rosario Murillo, a través de un aparato propagandístico y partidario, que incluye la propiedad directa o a través de testaferros, de varias estaciones de radio y de cinco canales de televisión abierta, ha tejido alrededor de sí un aura mezcla de misticismo, religiosidad, socialismo y brujería. Diariamente interrumpe la programación televisiva y con voz melosa y pausada, como le hablaría una madre a un hijo enfermo, dirige extensos monólogos sobre el clima, los temblores o, incluso, para realizar llamados de atención a funcionarios públicos. Ante la profunda crisis sociopolítica que desde hace dos meses atraviesa el país, el análisis que realizó Rosario Murillo en cadena nacional es que esta es una “invasión de malos sentimientos, […] de espíritus que no son positivos, malignos que quieren que reine el mal en ”.

Políticas económicas desastrosas que ofrecen el salario mínimo más bajo de la región como señuelo para atraer la inversión extranjera; paquetes de exoneraciones y exenciones fiscales que se han repartido alegremente entre los grupos económicos, dato imprescindible para entender la relación de buena convivencia que existía entre el gobierno de Ortega y la empresa privada; programas sociales, a todas luces clientelistas, como el plan Hambre Cero, que consiste en regalarle a las familias vulnerables aves de corral, un chancho y una vaca, “para ser autosostenibles financieramente”, son estocadas de sinrazón a un país cada vez más hastiado y empobrecido.

La mística que alguna vez estuvo del lado del manchado líder sandinista y el embrujo apaciguador que envolvía a los nicaragüenses se resquebrajó el 18 de abril de este año, cuando miles de ciudadanos salieron a las calles a exigir la salida de los Ortega-Murillo y el adelanto de elecciones, en un movimiento espontáneo suscitado por los estudiantes universitarios y al que se han sumado diversos actores de la sociedad civil. Los mensajes de amor cristiano y solidario que profesa la pareja presidencial se contradicen con la cruel represión de las protestas que ha dejado más de 300 muertos, miles de heridos, desaparecidos y presos políticos a manos de la Policía Nacional y de las fuerzas parapoliciales bajo el mando del gobierno. Ahora más que nunca Nicaragua necesita el apoyo de la comunidad internacional, cuyos gobiernos deben señalar directamente a Daniel Ortega y a Rosario Murillo, como responsables de los actos de violencia que se han perpetrado contra el pueblo de Nicaragua.