Nuestra música criolla, por Eva Ayllón
Nuestra música criolla, por Eva Ayllón

En mi patria, como en todo el mundo, hay celebraciones, días festivos, días de conmemoración y fechas inolvidables. Festejamos cumpleaños y hasta aprovechamos días libres que pudiéramos tener para tomar unas cortas vacaciones. Existen, sin embargo, ciertas fechas que vivimos y aplaudimos con especial cariño.

El día al que me refiero fue constituido antes de que yo naciera. Fue en el año 1944, un 18 de octubre, cuando el presidente Manuel Prado Ugarteche instauró el Día Central del Criollismo. Pero como la celebración coincidía con la primera salida de nuestro Cristo Moreno, el Señor de los Milagros, se cambió la fecha. 

Qué bueno que así ocurrió. Desde entonces, todos los 31 de octubre se celebra el Día de la Canción Criolla para honrar esta música maravillosa de nuestra tierra.

La música es el mejor energizante que conozco. Es la que ayuda a los que empiezan su día de trabajo siendo de noche. También es la acompañante en cualquier clima, ya sea al nivel de nuestro mar bendecido o cerca del cielo de nuestros Andes. A veces también nos susurra desde las más fuertes corrientes de los ríos. La música nos permite viajar con solo oírla a miles y miles de kilómetros de distancia. Si estás lejos de tu gente y entrañas, o si nunca tuviste el destino de emigrar, es simplemente parte de nuestros pensamientos y deberes.

Se dice que es música de mayores, pero, perdón, debo aclarar que no es música fugaz. Yo les hablo sobre la música criolla. Aquella que le sobrevive a tantos otros géneros que alguna vez pretendieron quedarse y hoy ni recordamos cómo eran.

Sí, señor. Nuestra música popular, tradicional, la que se escuchaba primero en lugares a puerta cerrada. Aquella que al regresar de la escuela me esperaba con el almuerzo y la que me permitió escucharla de boca de las mujeres más bellas que he conocido: mi abuela y mi madre. ¡Qué bonito cantaban y a veces hasta bailaban algunos compases! Yo sentía que era un dulce manjar lo que saboreaba. Sí, esa música que con el tiempo y dentro de los escenarios juntaba a todas las clases sociales en un solo recinto para disfrutarla, entenderla, apreciarla y luego amarla irremediablemente.

Cómo no aprender sobre todo de mi abuela, que orgullosa me decía: “Esta es nuestra música peruana, estos son nuestros cantantes del pueblo, tienes que conocerlos”. Y ahí mismo me daba dos días para que aprendiera la letra y le cantara la canción que disfrutábamos juntas. Fue entonces cuando empecé a enamorarme del criollismo, comencé a reconocer a sus maravillosos artistas y supe de tradiciones, voces inolvidables, cultura, orgullos, sabores y olores que solo existen en mi tierra.

No recuerdo haberme disfrazado nunca en el Día de las Brujas, como algunos le dicen al 31 de octubre. Quizás porque he trabajado desde muy pequeña y solo tenía tiempo para cantar. Para mí, la diversión terminaba cuando dejaban de sonar las últimas notas entonadas. 

Lo que sí recuerdo, y jamás olvidaré, es el mes morado. Ese mes criollísimo en el que todos traen al recuerdo sus glorias y mejores voces. Estas fechas en las que resuena el trinar de las guitarras con manos de todos los colores. En las que el vibrar de sus cuerdas plasma un sabor especial en esa madera pura, uniéndose al sonido único e irrepetible que nos entregan las percusiones.

Le doy las gracias a todos los representantes, quizás olvidados en estas épocas, de lo que hemos heredado. Porque soy su continuación, porque en mi voz y entonaciones están las voces de todos y tantos compositores, interpretes, músicos, arreglistas, hojas escritas, borradas y vueltas a escribir, partituras y grabaciones. En fin, todo lo que haya permitido que quede un recuerdo para todos. Gracias a nuestros abuelos por esta herencia que perdurará mientras haya una guitarra, un cajón y una voz peruana en cualquier parte del mundo.

Gracias también a Chabuca Granda, mujer que valientemente cantó y contó de su tierra a propios y extraños. A pesar de que su propia gente juzgaba esos géneros, ritmos y melodías por venir de una mujer. Mi bienamada Chabuca siempre fue mi referente, la primera voz e imagen casi sagrada que una niña a los 11 años pudo ver, aunque a veces solo de lejos. En esos años imaginaba su voz desde una ajena ventana, porque en mi casa no había un televisor. Recuerdo esa época con respeto y cariño.

Y si hablamos de recuerdos, tengo tantos impregnados en el corazón que libros no alcanzarían para contar. Porque cada canción aprendida tiene una historia y cada historia es una vida. 

Eso es la música criolla para mí. Respetada, añorada, muy querida y siempre necesaria. Un gran pretexto para enamorarse o separarse, pues hace abrir el pensamiento y la razón. O también para festejar hasta quedar exhausto de tanto aplaudir, brindar y bailar. O, incluso, para estarse quieto y en silencio, dando gracias a la vida. 

Nuestra música criolla, representante de tantas generaciones, debería enseñarse en las escuelas como una de nuestras costumbres y parte de nuestra cultura popular. Son nuestros niños, futuro valeroso de este hermoso país, quienes deben seguir con la tradición, con el sentimiento que desgarra y da vida, con una sonrisa que borra dulcemente una lágrima, teniendo de respaldo nuestra roja y blanca bandera nacional.

Que siempre viva nuestra maravillosa música criolla.

¡Viva el Perú!