(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
A. Brad Schwartz

Hace ochenta años Orson Welles reveló el poder aterrador de las ‘’.

El 30 de octubre de 1938, Welles dirigió una adaptación radial de “La guerra de los mundos”, reimaginando su invasión marciana a través de noticias ficticias. Muchos periódicos contemporáneos afirmaron que el programa provocó un pánico masivo y que hizo que multitudes de oyentes huyeran de sus hogares con miedo.

Pero esa narración, obstinadamente persistente, es falsa. El mito del pánico por la “La guerra de los mundos” no solo malinterpreta cómo funciona realmente la persuasión de los medios y las noticias falsas, sino que nos impide entender cómo lidiar con el problema actual.

Durante la última década, se ha llegado al consenso académico de que la prensa exageró enormemente los efectos de la transmisión de Welles. Solo una pequeña fracción de los radioescuchas la confundieron con noticias reales y muy pocos hicieron algo que pudiera asemejarse al “pánico”. La mejor pregunta, entonces, es por qué “La guerra de los mundos” asustó a algunas personas pero no a otras.

En 1938, la respuesta parecía clara. Muchos eruditos creían que la radio podía, como una aguja hipodérmica, inyectar ideas directamente a la mente de las personas, convenciéndolas de cualquier cosa, incluso algo tan fantástico como un ataque alienígena.

Pero una investigación más profunda refutó este cuadro simplista. Una encuesta de la Universidad de Princeton entre los oyentes asustados indicó que solo un tercio entendía que los invasores eran marcianos. El resto imaginó algo más plausible que ya temían, como un bombardeo nazi.

En resumen, la transmisión no pasó por alto el intelecto consciente para convencer a las personas de algo que de otra manera no creerían. Pasó a través de miedos, actitudes y creencias preexistentes, para ser corroborado o refutado dentro de la mente de cada oyente.
Los ejemplos más extremos de pánico vinieron de gente a las que otra persona les dijo que sintonizaran. No respondieron tanto al poder de la radio como a la confianza que depositaron en un mensajero particular. Algunos ni siquiera escucharon el programa en sí.

Estudios posteriores de los masiva confirmarían estas dos reglas fundamentales de persuasión. Primero: los mensajes de los medios generalmente no pueden convencer a las audiencias de algo contrario a sus actitudes o prejuicios existentes, pero pueden reforzar poderosamente lo que la gente ya cree. En segundo lugar, especialmente en la era de las , las noticias falsas son más poderosas cuando se comparten no solo por fuentes de información destacadas, sino también por cualquiera en Twitter o Facebook.

La campaña de medios sociales llevada a cabo por la inteligencia rusa en el 2016 para ayudar a elegir al presidente Donald Trump dependía de los mismos factores persuasivos que Welles reveló sin darse cuenta. Los agentes rusos desarrollaron propaganda que, como “La guerra de los mundos”, apeló al miedo y la ira preexistentes entre el público estadounidense, activando a los electores inclinados a votar por los republicanos y dando a los demócratas razones para quedarse en casa. Este contenido fue diseñado específicamente para ser compartido, de modo que los votantes puedan encontrarlo a través de alguien en quien confían.

De manera crucial, a diferencia de los difusores anteriores, los agentes de inteligencia rusos podrían dirigir sus mensajes a partes específicas del electorado que residen en estados claves, con propaganda hecha a medida para audiencias pequeñas y especializadas ya preparadas para la persuasión.

Sin embargo, los medios básicos para luchar contra las ‘fake news’ no han cambiado mucho en 80 años. Muchos oyentes asustados por “La guerra de los mundos” intentaron verificar lo que escucharon, ya sea cambiando de estación o llamando a las autoridades locales.

Tal escepticismo reflexivo puede y debe ser enseñado. Los fundamentos de la alfabetización mediática deberían ocupar un lugar central en los planes de estudio de las escuelas y armar a los estudiantes con la mentalidad crítica que demanda el panorama mediático actual.

Pero este problema no puede resolverse únicamente en forma individual. A medida que las herramientas digitales para falsificar imágenes y videos se vuelven cada vez más sofisticadas y accesibles, nuestra democracia depende cada vez más de una pregunta que muchos estadounidenses consideraron por primera vez después de “La guerra de los mundos”. Como un oyente preguntó después de la transmisión, en una carta a la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC en inglés): “¿Cómo sabremos cuándo las noticias son noticias o cuándo son ficción?”

La FCC no tomó ninguna acción oficial. No era necesario. Solo la amenaza de la regulación fue suficiente para persuadir a las principales redes de transmisión para que se autocensuraran. Temerosos de perder ingresos por ofender a los oyentes, las empresas radiales prohibieron el uso del lenguaje noticioso para la ficción.

Hoy en día, las redes sociales como Twitter y Facebook ocupan el puesto que alguna vez tuvieron esos difusores y que sirven de conducto confiable para noticias e información. Esa posición debe venir nuevamente con la responsabilidad de servir al interés público al proteger activamente a los usuarios de la información errónea.

Sin obstaculizar el flujo de ideas, los proveedores de Internet pueden y deben establecer límites razonables sobre cómo se expresan algunas ideas, tanto fortaleciendo los esfuerzos para bloquear sitios web que imitan fuentes de noticias legítimas como cerrando cuentas que difunden el periodismo falsificado, ya sea que se trate de individuos, ‘bots’ o entidades gubernamentales.

De lo contrario, pronto sabremos cómo se sentía estar atrapados en la histeria creada por “La guerra de los mundos”, rodeados de miedo y desinformación, incapaces o no dispuestos a buscar la verdad.

© The New York Times.