(Foto: Agencias)
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Las Eliminatorias Sudamericanas siempre significaron una suerte de mito de Sísifo para la selección peruana de fútbol. Y cuando parecía que por fin habíamos alcanzado la cima de la montaña sin ver rodar la enorme piedra al fondo del abismo, explota como una granada, fisurando nuestras ilusiones colectivas, la noticia del posible doping de nuestro capitán y goleador Paolo Guerrero. Su ausencia ante Nueva Zelanda marca un punto de quiebre no solo en el esquema táctico del entrenador Ricardo Gareca, sino también en la prensa deportiva y la afición quienes se esperanzaban en sus goles para lograr el boleto a Rusia 2018. Ahora, desde luego, hay algo más que no se está diciendo. ¿Qué representa la ausencia de Guerrero más allá del plano netamente futbolístico? ¿Qué nos dice la figura de Paolo a nosotros como sociedad?

Pocos dudan de la relevancia que tiene Guerrero en la selección peruana. Desde el año 2011, cuando resultó goleador de la Copa América en Argentina, su figura fue encumbrada por los medios deportivos hasta prácticamente el sitial de héroe nacional. A partir de ese momento, Paolo tomó el estandarte del equipo nacional y fue demostrando –gracias a sus buenas actuaciones con nuestra camiseta- ser el jugador más determinante del equipo. Atrás fueron quedando episodios negativos que ciertamente lo llegaron a ensombrecer (sus constantes rabietas, disfuerzos, expulsiones, etc.) o hasta parodias que lo caricaturizaban como aniñado y engreído (el nefasto Paolín lin lin) hasta transformarse en un atleta completamente distinto.

La figura de Guerrero resulta tan familiar y atractiva para nosotros como sociedad porque nos interpela a través de dos características atribuidas a la mayoría de heroicidades universales: la valentía y el sacrificio. Y estas dos virtudes morales las conocemos muy bien gracias a Grau y Bolognesi, héroes paradigmáticos de nuestra identidad nacional luego de su participación en la guerra del Pacífico. ¿Cómo operan éstas características? Por un lado, se dice incansablemente que Grau y Bolognesi dejaron sus vidas en el campo de batalla en la búsqueda de salvaguardar el honor y la dignidad de la nación. Así no solo se convierten en héroes por el legado que dejan detrás, sino por el ejemplo de valentía que tuvieron que mostrar para alcanzarlo. Y lo realizaron desde circunstancias adversas, luchando ante un enemigo inmensamente superior y mejor equipado. Entonces, es bajo ese mismo contexto que Guerrero es insuflado por una enorme dosis de valentía personal en los discursos mediáticos. Según éstos, la defensa de la nación peruana se pone en juego al momento de los partidos de la selección. Paolo lucha ante equipos mucho más poderosos y fuertes en la Eliminatoria Sudamericana pero aun así no se amilana y juega (incluso aunque esté enfermo, como ocurrió precisamente en el partido frente ante Argentina).

Desde el otro ángulo, tanto Grau como Bolognesi ejemplifican el tópico sacrificial corroborando una vieja ideología donde los héroes son magnificados por ofrendar su vida a favor de la nación, es decir, por una causa superior. Esta analogía funciona y genera consenso en los peruanos debido a que los medios de comunicación deportivos construyen a la selección peruana como la representación simbólica de toda la nación. Así, supuestamente, todos estaríamos incluidos al momento de la performatividad del héroe Paolo Guerrero con la camiseta peruana: sus triunfos serían también los nuestros. Debido a ello, estos discursos adquieren un carácter de obligatoriedad expresada por una suerte de deber-ser para con la nación. En el balompié, el sacrificio funciona en un sentido metafórico: se ensalza la particular determinación con que Guerrero juega cada encuentro con el equipo peruano; es decir, su esfuerzo, entrega, pundonor, rebeldía, coraje, etc. Aunque claro, no quedan exentas ocasiones donde nuestro capitán llegó a “derramar sangre” en el campo, como en el partido contra los uruguayos del 2013 en Lima.

Paolo Guerrero era el depositario de la ilusión de la mayoría de peruanos que espera regresar a un Mundial luego de 36 años. Esta compleja situación nos remite a la figura del soldado postulada por el filósofo francés Badiou, quien afirma que existen dos figuras paradigmáticas que se contraponen entre sí y que representan a las heroicidades universales: el guerrero y el soldado

Paradójicamente, Paolo no calzaría tanto con su homónimo, pues éste se guía bajo una premisa más individualista y de afirmación del sí, mientras que el soldado se vincula más hacia lo colectivo. Guerrero sería el soldado del Perú (incluso siendo él un goleador), porque asumió un enorme compromiso con el equipo peruano y, metonímicamente, con todos nosotros. Más que un héroe en solitario, es parte de un engranaje, de una selección. Por eso debemos confiar en que su ausencia será bien cubierta por quien le toca estar.