Pokémon: ¿Recuperación o invasión?, por Javier Díaz-Albertini
Pokémon: ¿Recuperación o invasión?, por Javier Díaz-Albertini
Javier Díaz-Albertini

La popularidad de Pokémon Go se evidencia en el espacio público limeño al simplemente observar los incontables “entrenadores” que encontramos en sus veredas, calles y parques. Esto es un hecho notable porque –en nuestra ciudad– la tendencia en las últimas décadas ha sido todo lo contrario: el éxodo de lo público hacia espacios cuasipúblicos (los centros comerciales) o privados.

Con los anuncios de que pronto tendremos más juegos de realidad aumentada, resulta importante preguntarnos si estos programas ayudarán a recuperar lo público, o simplemente serán una invasión sobre los espacios que compartimos.

Si medimos la recuperación sobre la base de una mayor presencia física, entonces podríamos concluir que está contribuyendo a reanimar nuestros alicaídos espacios públicos. El juego está basado en el movimiento, sea para cazar pokemones, llegar a las paradas y los gimnasios, e inclusive para incubar los huevos que se ganan en el proceso. Y justo estas peregrinaciones son las que están llamando la atención en el ámbito mundial. En grandes ciudades globales –como Nueva York y Sidney– autoridades y funcionarios edilicios están tan entusiasmados que organizan “pokecaminatas” que combinan la búsqueda con tours de los lugares más destacados de sus urbes. En una era dominada por los ‘malls’, resulta refrescante observar que centenares de personas estén recorriendo la ciudad, aprendiendo el nombre de sus calles e identificando –quizá por primera vez– sus principales monumentos.

¿Significa, entonces, que los programas de “realidad aumentada” serán una fuerza detrás de la recuperación del espacio público? La respuesta no es sencilla debido a dos factores. En primer lugar, porque es un fenómeno masivo muy nuevo y recién estamos observando lo que implica en términos de las formas de ocupación del espacio y sus usos. En segundo lugar, porque es una presencia que debe ser evaluada en función a los requerimientos de una vida compartida, es decir, del civismo. 

Veamos: la finalidad del juego es atrapar a especímenes que se encuentran “virtualmente” en la ciudad. Ahí viene la primera interrogante, ¿es un juego que aumenta la realidad o, más bien, la disminuye? Los jugadores tienen que fijarse en la pantalla de su smartphone porque ahí se encuentra lo esencial del juego y realmente no le prestan mucha atención al entorno físico y social, más allá de lo necesario para la captura.

Por ello me preocupa que este juego no genere mayor apego a nuestras calles, parques y plazas. Temo que muchos de los jugadores solo transitan de un sitio a otro, y no interaccionan con el espacio real. Esto es importante porque cuando un espacio público adquiere sentido y relevancia personal, se transforma en un “lugar”. Transitamos en nuestra cotidianidad por muchos sitios, pero la vida placentera en la ciudad se construye sobre la base de aquellos espacios que han cobrado un lugar en nuestras vidas. Y este es un paso esencial para generar un sentido de identificación y actitudes de respeto hacia lo público.

Esto nos lleva al asunto del comportamiento cívico. Los espacios públicos se construyen con dificultad porque son lugares de encuentro de la diversidad ciudadana y funcionan bien cuando se construyen los consensos necesarios. Debido a los frecuentes cambios en nuestras sociedades, estos acuerdos deben ser restablecidos constantemente. La llegada de Pokémon Go es uno de los nuevos retos y requiere que sea incorporado en concierto con los demás usos y usuarios.

En Lima, sin embargo, tenemos poca voluntad y práctica en este sentido. Cercamos parques, enrejamos barrios y nos apropiamos indebidamente de pistas y veredas. Desafortunadamente, parece que muchos jugadores tienen esta actitud e imponen su búsqueda sobre los demás ciudadanos-usuarios. Inclusive, se han dado casos de estampidas humanas.

En estas circunstancias, la creciente presencia en las calles se convierte en una invasión. Le corresponde al gobierno local armonizar los usos y proteger los derechos de todos, incluyendo los de los entrenadores pokemón. No creo que la represión –como en La Punta– sea el mejor camino, sino debemos aprender de otras ciudades y aprovechar esta mayor presencia ciudadana.