(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Rolando Ames

Muchas gracias a El Comercio por invitarme a homenajear aquí a un amigo tan cercano por décadas. Los miembros de esa generación que descubrimos al Perú y su vida pública entre los años 50 y 60 sabemos que si el compromiso con la política y la democracia marcó tanto a , fue porque nuestro tiempo juvenil tuvo rasgos que ni él ni muchos otros queremos que se olviden. Comienzo por ellos.

Fue el tiempo de respuesta a la barbarie de la segunda guerra: siguiendo a Europa, el mundo apostó por la paz, en medio de la bipolaridad militar. Hizo así más trascendentes a la y a la . Mientras, aquí, luego de décadas dictatoriales, los limeños descubríamos algo del Perú profundo presente ya, por ejemplo, en sus migrantes en la ciudad. La respuesta a problemas nuevos como este se jugaba en el terreno de la política. Y las opciones en medio de ideologías opuestas que pugnaban por gobernar el mundo se definían en la política también. Siendo necesario presentar más aspectos de Enrique, recordemos que de ese ambiente surgieron los elementos con los que él construyó el sentido de su existencia.

El plano grande en que decidió moverse y ser actor público directo fue el de la relación siempre riesgosa, potencialmente creativa, entre el análisis y la participación misma en los conflictos políticos. Ser espectador experto y jugador franco. En su formación, combinó el análisis político y el derecho. Desde los estudios fue no solo constitucionalista, sino seguidor fino de las relaciones Estado-sociedad. Sus realizaciones mayores comenzaron pronto.

La primera fue ser actor central en fortalecer la naciente Facultad de Ciencias Sociales, fundada en 1964 y de la cual fue decano casi toda la década del 70. Allí se aportaron cimientos a la formación peruana de profesionales en Antropología, Economía y Sociología, de orientaciones políticas muy distintas pero habituados a reconocer la complejidad del país, a reconocer que “los otros”, “las otras” ponían ya sus términos; y a saber que la democracia comienza aquí por respetarlos. Nos alimentamos de las ciencias sociales críticas, del liberalismo y de la espiritualidad cristiana renacida en el Concilio Vaticano II. Enrique da una autobiográfica versión de toda esta historia en “60 años en la PUCP”, presentada en mayo pasado.

Sus realizaciones como senador, de 1980 al 92 son las más conocidas. Fuera del Congreso, llegó a candidatear a la vicepresidencia por Izquierda Unida (IU), con Alfonso Barrantes y Agustín Haya de la Torre. Su sostenido aporte en los temas de Constitución, educación y en la respuesta a Sendero dentro de la ley y los derechos humanos basta para colocarlo en la primera fila de nuestra historia política.

Cuando la izquierda casi desaparece del primer plano institucional en los 90, Enrique dio rienda suelta a su interés por lo internacional. Su orientación política se ubicó a gusto en la socialdemocracia y participa de encuentros y reuniones amicales con sus líderes mundiales. Y, sobre todo, vuelca en su afición de siempre por la ópera sus talentos de organizador y educador. Desde Romanza, que él funda, ha sido muy importante en la promoción de jóvenes cantores que sienten haber perdido a un padre.

En los 2000, es miembro de la Comisión de la Verdad. Se confirma como persona tan libre como coherente. Para la campaña del 2015, asesora a Solidaridad Nacional. Y casi ahora ante la corrupción visibilizada, teme que llegue una ola de polarización simplista que amenace libertades importantes. Acordamos discutir cómo asegurar el equilibrio entre esos valores distintos, una semana antes de que partiera…

Enrique se fue tan preocupado por el país como siempre, tan sereno y rodeado de afectos políticos plurales como se lo merecía: dirigentes de Fuerza Popular, sus viejos amigos del Apra y sus compañeros también mayores de la IU… Comprometido con las grandes causas y acogedor, alegre y pícaro, como vecino de los Barrios Altos donde nació. Por eso su trayectoria debe trascender largamente su tiempo.