(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Hugo Ñopo

La inaceptable violencia de género ha captado una atención importante en las últimas semanas. Pero esta es la punta del iceberg. El problema que está en el fondo es la diferencia de poder entre hombres y mujeres. Aquí tenemos un reto grande frente al que vale la pena trabajar juntos.

En el Perú, las mujeres son una de cada dos estudiantes universitarios, una de cada tres profesionales trabajando en el sector privado, una de cada cuatro gerentes, una de cada cinco expertos en los medios (impresos, radiales y televisivos) y una de cada diez miembros de directorios.

Noten el gradual proceso de desaparición de la mujer en los espacios de poder. Las mujeres progresan a tasas menores que los hombres, como si existiera por encima de ellas un techo de cristal impidiéndoles progresar.

En la edición pasada de CADE hice un ejercicio estadístico simple. Escribí mensajes por WhatsApp, Twitter y Facebook a mis contactos que sabía estaban en Paracas. Les hice una consulta simple: “Dame tu estimado del porcentaje de mujeres en CADE este año”. En promedio las respuestas que recibí estimaban un 30%. La realidad es que tal porcentaje objetivamente estaba más cerca de 20%.

Esto da cuenta de un sesgo cognitivo que sufrimos los seres humanos. Tendemos a sobrees-timar una realidad cuando esta viene mejorando. Porque es cierto que las mujeres, mereci-damente, han ganado espacios importantes. Pero es también cierto que las brechas todavía son enormes. Si bien el vaso viene llenándose, aún está medio vacío.

Dentro de las brechas de género, una que ha sido analizada con detalle es la de ingresos laborales. En un estudio que hice con diversos coautores de la región para 18 países de Latinoamérica, incluyendo el Perú, encontré que las variables con mayor poder explicativo de las diferencias de salarios entre hombres y mujeres son dos: la escolaridad y la dedicación laboral (el lector interesado puede descargar gratuitamente el libro “New Century, Old Disparities” ).

Notará el lector que no hago referencia a la discriminación. Las causas de las disparidades son múltiples. Nos hemos estancado en un modelo conceptual en el que existe un empleador que discrimina, ignorando la evidencia local. Además, resulta que las disparidades salariales más grandes están en el autoempleo y las empresas pequeñas, no en la gran empresa.

La escolaridad explica en gran medida la brecha salarial por género, pero de una manera inesperada. Un dato del que probablemente los lectores no están al tanto es que, en el mundo del trabajo, las mujeres tienen tanta escolaridad como los hombres. Las diferencias están en las carreras que hombres y mujeres eligen. Mientras las ingenierías aún son predominantemente masculinas, las humanidades y profesiones vinculadas al servicio son predominantemente femeninas.

Una explicación de ello está en las habilidades matemáticas de hombres y mujeres en edades previas al ingreso a la universidad. En el Perú, las brechas de género en el dominio de matemáticas y ciencias son enormes, están dentro de las más grandes de todos los países que rinden la prueba PISA.

Respecto a ello la investigación es clara. La brecha se forma entre el fin de la niñez y el inicio de la adolescencia. Esto sucede tanto en los colegios como en los hogares. Se genera un ambiente, una cultura, según la cual se acepta que las niñas lean y no hagan muchas matemáticas, mientras que con los niños se espera lo contrario. Esto es, las diferencias de habilidades matemáticas entre hombres y mujeres parece ser más un asunto de cultura que de natura. Cambiar la cultura está en nuestras manos.

El otro factor que explica en gran medida las brechas salariales de género es la dedicación laboral. Uno de cada diez hombres trabaja a tiempo parcial. En contraste, entre las mujeres esto sucede con una de cada cuatro.

La evidencia indica que esta mayor participación laboral femenina a tiempo parcial no es una elección libre. Es resultado de condicionantes dentro del hogar. Para esto vale la pena analizar los datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT). Ahí se encuentra que los hogares del país utilizan en promedio 30 horas de trabajo doméstico no remunerado para su normal funcionamiento. De estas, 24 son responsabilidad de las mujeres y solamente 6 de los hombres.

Con estas diferencias al interior de los hogares, hombres y mujeres salen a desenvolverse en los mercados de trabajo en desigualdad de oportunidades. La disponibilidad para trabajar a tiempo completo, o inclusive horas extras, es predominantemente masculina. Esto conlleva a diferencias en productividad y capacidades de negociación.

Así, parte de la solución a las disparidades laborales de género puede estar en nuestra cotidianidad, en nuestros hogares. No necesitamos de leyes para que esto suceda. A ver si comenzamos por ahí a construir un poco más de equidad, por el bien de todos.