"La cruzada por la Amazonía enfrenta un muy difícil reto: ¿cómo protegemos el bosque y a la vez ofrecemos alternativas económicas viables para los miles que esperan su oportunidad?" (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La cruzada por la Amazonía enfrenta un muy difícil reto: ¿cómo protegemos el bosque y a la vez ofrecemos alternativas económicas viables para los miles que esperan su oportunidad?" (Ilustración: Giovanni Tazza)
Gisselle Vila Benites

Todos los años la arde por una miríada de fuegos iniciados principalmente por agricultores y ganaderos, grandes empresarios y pequeños minifundistas. El episodio de este 2019, hasta ahora, no es el más grave de los últimos 20 años. Sin embargo, no tiene que serlo para que nos preocupe. Mucho ha cambiado en Brasil y en el campo.

Primero, ya no contamos con las condiciones políticas que posicionaron a la conservación como una agenda de acción legítima. Y segundo, contamos con una población rural con demandas productivas que no encuentran en la conservación una apuesta atractiva. Ambos fenómenos se encuentran íntimamente vinculados en la retórica populista de .

En los años 2005 y 2010 ocurrieron graves episodios de sequía en la Amazonía y coincidieron con los peores en los últimos 20 años, según Global Forest Watch. La primera década del siglo XXI, por tanto, fue un período crítico para aprender y responder a episodios de emergencia ambiental. Las políticas del gobierno nacional encontraron a gobiernos federales dispuestos a impulsar medidas para proteger el bosque, de la mano con políticas para el alivio de la pobreza. Una sociedad civil alerta, además, logró en el 2006 poner una moratoria a la expansión de cultivos de soya en el bosque amazónico. La constitución del Fondo Amazonía, del cual Noruega fue uno de los principales contribuyentes, ayudó a cubrir todos estos esfuerzos. La deforestación comenzó a bajar en el 2005 y la tendencia se mantuvo hasta el 2014. Lamentablemente, en el 2015 la tendencia se revirtió. Coincidentemente, en ese año también subió la pobreza.

Con el cambio de gobierno en el 2014, la inestabilidad en el liderazgo político y los escándalos de corrupción, la continuidad de un pacto por la conservación se puso en cuestión. El jaque llegó con el triunfo de Jair Bolsonaro. Durante los primeros diez días de su administración, el presidente desmanteló el Ministerio del Ambiente, contando entre las medidas más graves la pérdida del liderazgo en la lucha contra la deforestación, desertificación e incendios. El Ministerio de Agricultura recibió direcciones que antes correspondían al sector Ambiente, siendo las más críticas el Servicio Forestal Brasileño y el Registro Ambiental Rural.

En general, la ambición del presidente es fusionar los sectores Ambiente y Agricultura para cumplir su promesa electoral: duplicar la producción agrícola. Estas acciones no sugieren un futuro prometedor para una renovación de la moratoria a la soya, ni para la conservación, en general. Por ello, el Fondo Amazonía perdió recientemente a Noruega.

Aunque estas medidas están claramente orientadas a la promoción del sector empresarial agropecuario, la legitimidad del accionar del Gobierno proviene de sus electores. Mato Grosso, Mato Grosso do Sul y Rondonia, tres de los cinco estados con mayor incidencia de incendios entre el 5 de julio y el 21 de agosto, votaron mayoritariamente por Bolsonaro. Junto con Amazonas y Pará, estos estados integran el llamado “arco de la deforestación”.

Pará, particularmente, ocupa un lugar especial en la biografía del presidente, pues su padre fue uno de los miles de garimpos, mineros informales, que buscó fortuna en las minas de Serra Pelada. En julio del año pasado, Bolsonaro recibió la petición de más de 500 prospectores de oro de esta zona, quienes solicitaban poner fin a las restricciones ambientales para operar. El presidente ofreció su ayuda y agregó que “el prospector es un ser humano que no puede seguir siendo tratado como de tercera o cuarta categoría”. Hace poco, a los waiãpi que denunciaron la invasión de sus territorios por garimpos, les ofreció crear mejores condiciones para que inclusive los pueblos indígenas puedan hacer minería en sus territorios titulados.

La cruzada por la Amazonía enfrenta un muy difícil reto: ¿cómo protegemos el bosque y a la vez ofrecemos alternativas económicas viables para los miles que esperan su oportunidad? No enfrentar esta pregunta nos llevará a un escenario en donde todos, naturaleza y sociedad, perderemos.