La raíz de todos los miedos, por Raúl Zegarra
La raíz de todos los miedos, por Raúl Zegarra
Raúl Zegarra

El debate sobre la llamada persiste, especialmente después de la marcha de este sábado. Una conversación reciente me sugiere que quizá convenga una entrada distinta. En esta oportunidad, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre nuestras emociones y su rol en nuestros debates políticos. Me interesa, particularmente, discutir el rol del miedo y del amor.

Si uno examina con cuidado y con generosidad la postura de los críticos de la llamada , lo que aflora muy pronto es su genuino temor. La raíz de todos sus miedos parece ser la destrucción de una cierta manera de concebir las relaciones humanas, particularmente aquellas entre hombres y mujeres.

Este temor –lo sugieren los estudios de psicología evolutiva, desarrollo infantil, etc.– tiene, en última instancia, fuertes raíces en nuestro devenir como especie y en una cierta tendencia al narcisismo y a no ver al otro como igual. De ahí la famosa frase de Freud, “su majestad, el bebe”. Dicha tendencia puede ser agravada o atenuada dependiendo del tipo de relaciones sociales que tengamos, siendo las del hogar las más fundamentales. Cuando uno tiene una familia amorosa, pero a la vez capaz de poner límites al autocentramiento de los niños, ellos empiezan a entender que sus padres, abuelos, amigos en la escuela, etc., tienen también deseos y necesidades que deben ser respetados. Luego, una buena educación emocional hace de los niños seres más abiertos a los demás, menos egoístas y, si los estímulos en el futuro son propicios, mejores adultos y ciudadanos.

Sin embargo, la tendencia al autocentramiento es muy poderosa. Así, lo que sucede muchas veces es que el narcisismo no desaparece, sino que se transforma y a veces empeora. Para afirmarse a sí mismos esos niños ahora vueltos adultos necesitan ponerse por encima de otros. Generan así subordinación y jerarquías basadas en desprecio por lo diferente. El racismo y la homofobia son clarísimos ejemplos de esta tendencia. Pero también lo es, más generalmente, el desprecio casi visceral por cualquier transformación que altere formas establecidas de privilegio o, en nuestro caso, lo que los críticos llaman .

En el fondo, entonces, la raíz de la crítica no es otra cosa que el temor al cambio; el miedo a que “su majestad” la ideología que adjudica al hombre y a la mujer ciertos roles fijos pierda su poder. El miedo es real, no lo desestimemos. Pero “real” no significa “bien orientado”. Lo que corresponde es buscar un camino para que ese temor poco a poco desaparezca por el bien de nuestra sociedad.

La filósofa Martha Nussbaum sugiere que ese camino es el del amor. Esto puede sonar cursi, pero es más bien el resultado de numerosos estudios. Recordemos que es el amor de los padres lo que hace que los niños superen el autocentramiento y empiecen a sentir menos miedo a no ser alimentados o a quedarse solos, pues saben que sus padres “siempre estarán allí”. Más importante aun, el amor de los padres engendra amor en los niños. ¿Cómo aplica esto a nuestro caso?

Aplica porque el amor no es solo una emoción privada, sino también una emoción política. Uno ama a su país, ama los elementos que marcan la identidad del mismo, pero si las cosas se hacen bien, ama también a sus conciudadanos. Ese amor requiere ver al otro como una persona completa. Cuando uno hace eso, en lugar de tratar al otro como un mero objeto para afirmarse a sí mismo (el cholo, el maricón, la puta), uno empieza a verlo como un igual cuyos sueños y expectativas, aunque distintos en contenido, son tan humanos como los propios. Pero lograr una ciudadanía tal es una tarea inmensa y requiere de esfuerzo permanente.

Requiere, además, escuchar a la parte contraria porque su miedo es genuino y es el deber de todos tratar de entenderlo. Entenderlo quizá nos ayude a atenuarlo, proponiendo una visión alternativa donde el cambio no suponga miedo, sino oportunidad. Así, con persistencia y coraje, quizá logremos una sociedad en la que los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales sean siempre respetados. Esos derechos no son ideologías. En el fondo suponen una cuestión de justicia y la justicia no es otra cosa que una forma de amor.