El 70% de la superficie del mundo está conformada por agua, del que solo el 3% es dulce y 1% está disponible para nuestro uso. De este 1%, el 70% se usa en la agricultura, el 20% en la industria y el 10% llega a las ciudades; agua que se reduce por el cambio climático atentando contra nuestra supervivencia.

Hace un siglo, dos terceras partes de la población mundial habitaban en el campo y un tercio, en las urbes. Hoy, esa relación se ha invertido y el cemento sigue expandiéndose a costa de la tierra agrícola, que también es finita.

Mi abuelo paterno, Manuel, escribió en este Diario el 2 de febrero de 1946 una columna titulada “Nuestro desinterés por la tierra”, señalando que: “todos los pueblos tuvieron y tienen predilección por la tierra porque de ella se nutren y viven [...] por la tierra estos entablaron grandes luchas en la historia”. Hoy la lucha es, principalmente, por el agua dulce.

La es un enorme desafío global. Más de 900 millones de personas padecen de severa, cifra en sostenido aumento. En el Perú, 16,6 millones de almas tienen hambre; una cantidad tan descomunal como imperdonable.

¿Podemos revertir la tendencia en nuestro país y lograr seguridad alimentaria para todos? Sí. Es más, podemos convertirnos en una potencia exportadora de alimentos. Veamos cómo.

El país cuenta con una franja costera escasa en agua dulce, está atravesado por una cordillera que todo lo dificulta y una selva aprovechable, subutilizada y en permanente deforestación. Estando libres de tornados, huracanes y otros fenómenos de proporciones inmensamente dañinas, contamos con 38 microclimas en nuestro vasto y bendecido territorio.

Descrito con simpleza, añado que en nuestra costa las temperaturas son estables. En el norte, no superan los 35°C. En el resto, no sobrepasan los 30°C y, en general, no bajan de los 10°C. Así, nuestro litoral es un invernadero natural ideal para todo cultivo.

Los agricultores aseguran necesitar harta agua, tierra agrícola, maquinaria y fertilizantes para producir alimentos. Dado que la hidroponía es cultivar sin tierra agrícola, sus propulsores sostienen que pueden ofrecer productos más limpios, sanos, nutritivos, rentables y ecológicos, con un 95% menos de agua, con un 90% menos de fertilizantes, sin tierra agrícola, sin maquinarias y también en las ciudades, a diferencia de los primeros.

Holanda es más pequeña que Ayacucho y es el segundo exportador mundial de alimentos; y sus cultivos no utilizan tierra agraria, ahorran todo lo que pueden y sufren de climas extremos. En el verano, puede alcanzar los 42°C y su implacable invierno congela hasta las muecas, obligándose a construir y mantener millonarios invernaderos.

El Perú es el mayor productor mundial de arándanos y no usa ni tierra agraria, ni invernaderos. En promedio, un agricultor campesino tiene un manojo de hectáreas pobremente fertilizadas y, si come su familia, en muchos casos es una vez al día, encadenándose su pobreza.

Sin siquiera saber arar una hectárea, la razón kantiana me obliga a reconocer que esta irrefutable comparación nos conduce a fijar nuestras miradas progresivamente en refundar nuestra relación con la tierra.

No podemos atacar viejos y presentes problemas con prácticas del ayer. Este es un ejemplo concreto de que podemos producir abundantes, mejores y menos costosos productos y también, progresivamente, convertirnos en una potencia exportadora de alimentos para paliar la crisis alimentaria; emergencia tan diagnosticada como pocas por la FAO y diversos prestigiosos centros académicos.

Aquí sí debe intervenirse con módulos instructivos ‘ad-hoc’ que faciliten la conversión a la hidroponía hasta el límite de lo posible y fomentar la reagrupación de los productores respectivos para obtener mejores precios.

Garantizando nuestra seguridad alimentaria podemos erradicar el hambre, cerrar varias brechas entrelazadas entre sí y acometer, paralelamente, otras urgentes reformas, como la digital, la educativa y la del Estado, principalmente.

En vista de las “soluciones” lanzadas por los atormentados en el poder, habría más bien que comenzar por casa, garantizando seguridad alimentaria y agua apropiada para todos. Esta debería ser la verdadera reforma agraria.

Javier González-Olaechea Franco es Doctor en Ciencia Política, experto en gobierno e internacionalista