(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Maxwell A. Cameron

Las democracias están en problemas en todas partes. Más bien, la representación está en crisis. Las que hoy llamamos democracias son en realidad gobiernos representativos democratizados. Cuando los gobiernos representativos pierden sus características democráticas, surgen tendencias oligárquicas. Y cuando eso ocurre, tarde o temprano la reacción populista y la polarización son inevitables. El mejor antídoto es ciudadanía activa, representación popular e integridad en la gestión pública.

Originalmente, la idea de gobierno representativo era una alternativa a la democracia tal como se entendía desde la época grecorromana. Esa fue la intención primordial de pensadores del siglo XVIII como Madison, Montesquieu y Guizot. Ellos creían que las élites deben gobernar representando al pueblo. Para Montesquieu, los ciudadanos son incapaces de autogobernarse, pero capaces de seleccionar a sus representantes para gobernar en su nombre.

No obstante, los gobiernos representativos se democratizaron en las décadas siguientes mediante la extensión del voto, la difusión de los derechos humanos y la expansión del Estado como proveedor de educación y bienestar social. Este fue un proceso largo y gradual, con variaciones entre las diferentes sociedades. En las democracias más exitosas, los ciudadanos se empezaron a sentir profundamente comprometidos con la democracia, considerándola un sistema político en el que todos pueden contribuir y del que todos pueden beneficiarse.

Actualmente, sin embargo, enfrentamos amenazas sin precedentes a la idea de que la democracia pertenece a todos. Estas incluyen la segmentación de la sociedad civil debido a la desigualdad; la pérdida de la cohesión social causada por procesos de violencia, dislocación y migración masiva; la destrucción de bienes comunes por la competencia en el mercado; y la disminución de las capacidades de los estados nacionales para manejar los efectos de la globalización. En este escenario, nuestras democracias necesitan ser reforzadas. Podemos contemplar tres acciones fundamentales.

Primero, las democracias deben confrontar el poder del dinero. La corrupción es la mayor amenaza para la democracia en los países donde las instituciones públicas son vulnerables a la influencia del poder privado. Aunque la propuesta sea impopular, la financiación pública de los partidos políticos es importante para garantizar que estas organizaciones tengan los recursos necesarios a fin de proporcionar buen gobierno y oposición leal. Además, se deben prevenir los conflictos de interés y garantizar la transparencia de los lobbies. Para esto, las propias legislaturas deben dejar de ser mercados en los que se compra y vende influencia, para convertirse en arenas de deliberación pública y legislación.

Segundo, las democracias deben reforzar los mecanismos de intermediación. No hay posibilidad de representación significativa sin intermediarios como sindicatos, asociaciones profesionales, partidos políticos y otras organizaciones de la sociedad civil. Estas asociaciones también deben democratizarse porque suelen convertirse en minioligarquías dedicadas a servir intereses particulares en lugar del bien común. Así estas perpetúan los patrones de acción que socavan la democracia.

Tercero, las democracias deben restaurar la fe pública en el bien común. Es importante reconocer que la democracia es más que elecciones. Debe procurar la mejora de la calidad de vida. Esto, sin embargo, es imposible sin la libertad de perseguir todo aquello que tenemos buenas razones para valorar. Dado que tales libertades solo pueden lograrse en un contexto social favorable, la consecución de la buena vida implica una ciudadanía activa.

La ciudadanía activa, la representación inclusiva y las instituciones públicas sólidas no solo pueden evitar que las democracias representativas se vuelvan oligárquicas o caigan presas de las tentaciones populistas. También permiten el desarrollo pleno de las capacidades humanas de todos los ciudadanos.

*Traducido por Paolo Sosa Villagarcia.