(Ilustración: Victor Aguilar Rúa)
(Ilustración: Victor Aguilar Rúa)
Ian Bremmer

Con toda la atención acaparada por el ‘brexit’, es fácil pasar por alto los desafíos a largo plazo que enfrenta . En los últimos años, la ha demostrado ser lo suficientemente resistente como para abrirse camino a través de la emergencia de la deuda soberana y la crisis de migrantes sin sacrificar sus principios fundamentales, y la humillación que el ‘brexit’ ha traído al Reino Unido ha desanimado a los euroescépticos de otros países a presionar con fuerza por planes de salida propios.

La UE tiene mucho de qué estar orgullosa. Su estatus como el mercado común más grande del mundo la hace una superpotencia regulatoria, en particular en lo que respecta a las tecnologías de la era digital. Pocos de los gigantes tecnológicos del mundo tienen su sede en Europa, pero muchos de sus consumidores están ahí. Eso le permite a los burócratas altamente competentes hacer reglas que EE.UU. y otros gigantes tecnológicos no pueden ignorar.

Sin embargo, hay divisiones crecientes en la UE. Italia, Polonia, Hungría y Austria ahora tienen gobiernos populistas que han desafiado la ortodoxia de la UE sobre temas internos, como la política de . Los gobiernos de Polonia y Hungría han planteado desafíos directos a las definiciones de Estado de derecho: sobre libertad de expresión e independencia judicial, por ejemplo.

Dicho esto, algunos de los mayores desafíos de Europa vienen del exterior. Primero, la alianza transatlántica ha alcanzado su punto más bajo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y no hay garantía de que las cosas mejoren una vez que Donald Trump abandone el escenario. Es fácil olvidar la profundidad de las divisiones entre la administración de Lyndon Johnson y Charles de Gaulle sobre la OTAN, la hostilidad europea hacia Ronald Reagan y las respuestas de Francia y Alemania a la guerra de George W. Bush contra Saddam Hussein. Pero el surgimiento de dos generaciones en EE.UU. y europeos que no recuerdan la Guerra Fría, crea un nuevo grado de dificultad para mantener la integridad de la alianza.

Esto importa en parte porque Moscú ahora plantea nuevas amenazas. Hasta hace poco, la influencia rusa en Europa se limitaba principalmente a la demanda europea de energía rusa, y los gobiernos de los estados más profundamente dependientes eran más amigables con el gobierno de Putin y los menos dependientes eran más escépticos. Pero la inversión rusa y el apoyo a movimientos euroescépticos incrustan a Moscú en las vidas políticas internas de los países europeos.

Los funcionarios europeos han advertido que Rusia pretende influir en las elecciones para el Parlamento Europeo a través del apoyo a populistas que pretenden desafiar el consenso europeo sobre los valores políticos. Por su lado, la retirada de EE.UU. y Rusia del tratado de las fuerzas nucleares de alcance intermedio, renovará una carrera de armamentos que socava la seguridad de Europa.

Rusia no es el único desafío al que se enfrenta Europa. La próxima “Guerra Fría Tecnológica” entre EE.UU. y China obligará a muchos países de la UE a unirse a Washington para proteger el Estado de derecho y a los consumidores contra el uso de datos por parte de China para proteger su modelo autoritario. Pero el comercio de China con –y su inversión en– muchos países europeos ya supera al de EE.UU., y la brecha se está ampliando. Los miembros de la UE que dependen cada vez más de la inversión china se mostrarán reacios a cumplir con el enfoque normativo más amplio de la UE para el sector tecnológico. Otra importante división que socava la influencia global de Europa.

Finalmente, está el desafío planteado por África. La ha demostrado ser el tema más divisor de esta generación en la política europea. La crisis migratoria del 2015-2016 creó nuevos partidos políticos populistas, revitalizó a los antiguos y cambió el equilibrio político en casi toda la UE. Este problema se volverá aun más importante a medida que haya más inmigrantes africanos.

Más de un millón de africanos han solicitado asilo en Europa desde el 2010. Estudios recientes muestran que muchos de los que esperan abandonar sus países dicen que tienen la intención de mudarse a otro lugar africano, pero más de una cuarta parte dicen que quieren llegar a Europa. Es fácil imaginar que esta situación creará nuevas oportunidades para que los populistas socaven la autoridad de las instituciones europeas.

En resumen, Rusia, China y África sembrarán nuevas divisiones entre los estados de la UE en los próximos años, y en un momento en que el consenso europeo sobre cuestiones importantes ya enfrenta tensiones extraordinarias.