Salud contaminada, por Alfredo Guzmán
Salud contaminada, por Alfredo Guzmán
Alfredo Guzmán

Indignación y vergüenza es lo que sentimos los médicos cuando escuchamos los audios del doctor Carlos Moreno. Uno se pregunta en qué universidad estudió y qué profesores tuvo que no pudieron inculcarle los ideales del juramento hipocrático, aquel que guía al médico a una atención noble, cálida y dedicada al bienestar del paciente. Sin embargo, este penoso incidente nos permitió poner a la luz la situación crítica de nuestro sistema de salud, que muchos conocíamos y advertíamos, así como los niveles de corrupción en algunas de sus instituciones. 

Precisamente, es esta crisis la que genera espacios para la corrupción. No hay insumos ni equipos de diagnóstico (o están “inoperativos”). No hay suficientes turnos de consulta ni operatorios para atender la demanda, no hay suficientes camas ni especialistas. 

Entonces, ¿qué hacer? Se deben realizar contratos con clínicas y laboratorios particulares o tercerizar los servicios, que muchas veces se dan en ambientes del mismo hospital. Allí surgen las oportunidades de direccionar pacientes, acordar tarifas especiales, y hacerlos pasar por un carrusel de exámenes y análisis innecesarios. Esto en detrimento del presupuesto público. 

¿Por qué llegamos a esto? Por cuatro razones. La primera es un bajo presupuesto para el sector salud (solo el 2,1% del PBI). La segunda es una pobre gestión, desde el nivel más alto, pasando por el Seguro Integral de Salud (SIS) y el Instituto de Gestión de Servicios de Salud (IGSS), los gobiernos regionales y las unidades ejecutoras (muchas de ellas son los hospitales nacionales). También por un enfoque de salud hospitalario y no de atención primaria y porque la demanda desbordó la oferta del sistema. 

Esas dos últimas razones están atadas. El SIS, sin los recursos suficientes y por demagogia gubernamental, afilió a más personas de las que podía manejar. Además, nunca incorporó un enfoque preventivo promocional y solo atendió la parte curativa y recuperativa, que es la más costosa. Fíjense ustedes en lo que hace el sistema privado de seguros (que no es tampoco una maravilla). Les brinda chequeos a sus afiliados, les da charlas sobre conductas saludables y así previene o detecta morbilidades que luego podrían causar problemas de salud más serios y por ende más costosos. 

La política del SIS logró la tormenta perfecta al acompañarse con la penosa situación de infraestructura, equipamiento e insumos en que se encuentran nuestros hospitales en Lima y provincias. Que, como mencioné, son unidades ejecutoras (reciben directamente los fondos), pero que han realizado una pobre gestión, invirtiendo sus pocos recursos en cosas que no estaban directamente relacionadas con la mejora de la atención. 

Si compran equipos, estos no son los mejores, sino quizá los que les dejan algo bajo la mesa. No incluyen capacitación del personal o un adecuado mantenimiento. Los equipos se malogran por mal manejo o mala calidad y allí se inician la crisis y la oportunidad para el “negociazo”. Sin ninguna supervisión o monitoreo del nivel central. 

Es decir, en este tema hay varios responsables, desde ministros, viceministros, directores del SIS e IGSS, gobernadores regionales, directores regionales de salud y directores de hospitales. Como lo he manifestado en varias oportunidades, el país necesita urgente una verdadera reforma del sistema de salud.