(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Abelardo Sánchez León

No hay más remedio que revisar la tabla de posiciones, recurrir a la rigurosa calculadora y fantasear, otra vez, con el esquivo sueño de asistir a un Mundial de Fútbol después de 35 años. En eso, y solo en eso, nos parecemos a las selecciones polacas y húngaras. Esa costumbre ha convertido a la afición peruana en una suerte de científico con aires de ciencias ocultas, pues ha decidido que el Perú debe estar en un Mundial a pesar de encontrarnos en el sótano de la tabla.

La afición boliviana considera que su selección se esmera y se crece cuando se enfrenta a las selecciones grandes, como la argentina, la brasileña, la uruguaya e incluso la chilena. Ante esos equipos les juega de igual a igual en su condición de visitante, los asusta, se atreve, y hace pesar su localía ubicada a una altura considerable. El Perú, por cierto, no es considerado un equipo grande y, más bien, comparte con Bolivia y Venezuela el fondo de la tabla de posiciones. Eso es una suerte para nosotros y, por lo tanto, el partido en Lima se anuncia como ardoroso, plagado de roces o, quizá, anodino. Un solo atrae a Perú y a Bolivia. Tiene un interés costumbrista, una curiosidad antropológica y un toque de poesía bucólica.

Pero la modalidad de esta competencia clasificatoria (de todos contra todos, con una duración de dos años) considera un paquete de dos encuentros casi simultáneos por fecha y, por lo tanto, debemos pensar no solo en Bolivia sino también en Ecuador. Antes, muchísimo antes, estos dos seleccionados eran papaya para el Perú, tanto de local como de visita. Para que Bolivia se pusiera atrevida necesitaba de un empujoncito, como aquel del árbitro Chechelev cuando jugaba de local. Pero ahora las cosas no son así. Hoy, Ecuador nos gana de local y de visita, sus jugadores tienen un porte que asusta, son recios y veloces, tienen el biotipo que nosotros hemos extraviado en Chincha, Ica o Puente Piedra. El verdadero rival es Ecuador, que ahora anda por arriba y no tanto Bolivia, que viene a jugar a Lima, pero felizmente, y ese es un punto a favor, nosotros no somos una selección grande ante la cual pueda crecerse.

La afición peruana, curiosamente, anda muy entusiasmada con esta selección, que goza de un apoyo que envidiaría cualquier político nacional. El respaldo a la gestión de Ricardo Gareca resulta difícil de entender, sobre todo en un país tan negativo, tan enfrentado consigo mismo, tan pesimista y autocrítico. ¿Por qué queremos tanto a Gareca, tanto como si fuese Glenda? La afición piensa que Gareca trabaja, que va a los estadios y no al hipódromo; considera que tuvo la valentía y la visión futurista de apostar por los jóvenes y dejar de lado a ese invento mediático llamado ‘Los 4 Fantásticos’; que ha logrado que esta selección tengas agallas, sea peleadora y no le pese la camiseta, esa expresión tan poco feliz y utilizada con tanta frecuencia. ¿A qué jugador uruguayo le pesa la camiseta? ¿A qué jugador chileno le pesa la camiseta? ¿Por qué, entonces, le va a pesar a un jugador peruano? Con Gareca, la camiseta peruana tiene varias alternancias (a veces se diferencia de la chilena solo por el color de las medias), se ha aligerado y no tiene el peso de una mochila.

Por todas estas razones, y muchas más, la afición irá al Estadio Monumental, casi como Luisito Aguilé invitaba a que fueran a su casa en esa Navidad. Habrá frío. Habrá gritos. Habrá entusiasmo. No importa que sea Bolivia el rival de turno, un triunfo en Lima nos llenará de energías para enfrentar al Ecuador en el Atahualpa de Quito con la valentía del monitor Huáscar.