"El dolor también está dentro de los hospitales, llevado por quienes hace 10 meses no descansan para tratar de salvarnos y quienes también tienen terror de contagiar a sus seres queridos". (GETTY IMAGES)
"El dolor también está dentro de los hospitales, llevado por quienes hace 10 meses no descansan para tratar de salvarnos y quienes también tienen terror de contagiar a sus seres queridos". (GETTY IMAGES)
Yael Valdés Querol

Una persona respira alrededor de 250 mil veces en un día. ¿Se imaginan tener la responsabilidad de decidir a diario quién continúa haciéndolo?

Los mensajes de en los que mis colegas médicos nos piden que nos quedemos en casa y no permitamos a nuestros familiares salir “porque de verdad no hay camas, se va la presión de oxígeno, los turnos constan en determinar quiénes sí pueden pelear una cama en ”, son muchos.

Me comentan que hay colegas que lloran durante las guardias, intensivistas con miedo, personal de enfermería y asistencial con cuadros ansiosos y depresivos. “Empezar el turno es como entrar siendo suplente a pelear un partido que ya vas perdiendo 7 a 0 en la mitad del primer tiempo”.

Me dicen que las bromas a la hora del almuerzo ya no se escuchan, que el clima laboral es triste. Me escriben pidiéndome consejos para manejar emociones intensas, para sobrellevar las situaciones en las que tienen que decidir a quién le dan la cama UCI y preguntan cómo descansar luego de ver tanto sufrimiento.

El personal administrativo y de salud ha dejado sus especialidades para dedicarse a las áreas y la realidad es que dentro de los hospitales parece que estuviéramos en guerra. Desde enero no hay día en el que no nos enteremos de algún compañero en UCI o, lamentablemente, fallecido.

El dolor también está dentro de los hospitales, llevado por quienes hace 10 meses no descansan para tratar de salvarnos y quienes también tienen terror de contagiar a sus seres queridos.

Los médicos y enfermeras entienden cuando les solicitan atención inmediata, pero se frustran cuando los ciudadanos no actúan con la misma urgencia cuando se trata de colocarse bien la mascarilla, lavarse las manos o salir de casa solo en momentos necesarios. La verdad es que los centros de salud están colapsados, el oxígeno no alcanza y se acaba tan rápido como la esperanza de mis colegas.

Si bien la llegada de las es motivo de alivio a mediano plazo, lo que falta ahora es oxígeno, camas e implementos. El agotamiento es lo que sobra.

Cuando el virus ya no esté y la cotidianeidad del personal de salud regrese, lo que quedarán serán los recuerdos del proceso de decidir quién sobrevive, los pedidos de compañía ante una muerte inminente, los insultos de familiares desesperados por salvar a los suyos, las festividades lejos de casa y las imágenes de aquellos que perdieron la batalla y de quienes no pudieron salvar.

¿Quién va a ver por ellos? ¿quién va a recordarlos? Cuando eso suceda, ¿quién saldrá por la ventana a aplaudir por las noches? A todos los, un consejo: estén atentos a la salud mental de quienes están dando sus vidas por las nuestras.