Luis Miguel Yrivarren

El término ‘soft power’ describe la habilidad de influir, persuadir y moldear las preferencias de un grupo sin recurrir a la violencia. El término es muy usado en relaciones internacionales. Cualquier número de la revista “Foreign Affairs” mostrará su aplicación por partidos políticos, estados, ONG, transnacionales, academia, etc. Destaco tres características de esta habilidad: mientras no exista delito de opinión, estará al alcance de cualquiera; no siempre se puede ver quién “está detrás”; y es muy eficiente. Por ejemplo, son muy baratos o gratuitos: una carta de Mario Vargas Llosa a favor del Museo de la Memoria, artículos de opinión, denuncias penales a opositores, secretos ventilados en prensa o cortinas de humo.

La es una antigua herramienta del ‘soft power’. Así, para contener la reforma protestante, en 1622 la Iglesia Católica constituyó la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, conocida como Propaganda Fide. Su estrategia incluyó promover el clero local y la ‘enculturación’. En ese mundo analfabeto y sin televisión, la herramienta disponible era el arte barroco. Y funcionó. Otros ejemplos: los soviéticos promovieron la planificación, expresada en el arte constructivista, mientras que los capitalistas promovieron el orden espontáneo del expresionismo abstracto, encarnado por el ‘all american man’, Jackson Pollock.

En el artículo “La superioridad intelectual de la izquierda: Tomaron el control en 10 años”, los liberales chilenos explican la victoria electoral de Gabriel Boric. Citan al socialista Gramsci: “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados ‘orgánicos’ infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”. Frente al declive del comunismo, Mouffe y Laclau (1985) actualizaron a Gramsci, publicando “Hegemonía y estrategia socialista”. Le agregaron el subtítulo “Hacia una radicalización de la democracia”, usando así la “marca” democrática occidental. El libro es un manual de ‘soft power’ empaquetado en palabreo que señala lo esencial de la cultura y el conflicto para lograr su querida hegemonía.

La cultura no es algo esotérico, nos rodea y la podemos percibir. ¿Qué es entonces? Son las grandes tendencias ideológicas de una sociedad que se traducen en decisiones y comportamientos (Unesco). La cultura se expresará en las decisiones de compra y de voto. Y siendo una herramienta de poder, puede ser utilizada para el bien o para el mal, con pericia o torpeza. La cultura explica por qué el socialismo, que no tiene logros para exhibir, logra posicionarse políticamente en nuestro país. Esto empieza con las mentes jóvenes. En la universidad nos enseñaron que en los Andes funcionó una economía “sin mercado ni comercio” (Pease). Era falso, pero muchos creímos que la economía de mercado era incompatible con nuestras raíces.

El socialismo cuenta con aliados. Los más inesperados son los hombres de negocios. En el 2020, escribí que los empresarios peruanos debían defender su reputación si querían sobrevivir. Ya no espero tanto, pero podrían dejar de financiar a sus enemigos. Idealmente, podrían acercarse profesionalmente a la cultura. El Perú necesita más empresarios peruanos.