(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Jean Maninat

La ex candidata presidencial estadounidense Hillary Clinton escribió un recuento de su fallido intento de llegar a la Casa Blanca. Lo tituló “What Happened” y vertió, con una franqueza rara en un político profesional, su versión de la dolorosa derrota que le infligió Donald Trump, contra todo pronóstico encuestado. La oposición democrática venezolana, luego de elaborar su duelo, debería iniciar un proceso de reflexión similar a partir de lo ocurrido el 15 de octubre pasado en las elecciones de gobernadores.

Los principales partidos que conforman la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) decidieron –acertadamente, si me preguntan– participar en unos comicios que a todas luces iban a ser manipulados por el Gobierno a través del Consejo Nacional Electoral (CNE), una dependencia más del Poder Ejecutivo. Fue una decisión contestada por algunos sectores que consideraban que participar implicaría un reconocimiento del régimen. Como era de esperarse, el oficialismo se implicó a fondo para perturbar el proceso electoral con un arsenal de irregularidades y abusos de poder asombroso, aun para un país en donde ya nada asombra.

Hizo gala de un manejo descarado del ‘gerrymandering’ –versión criolla– al cambiar dos días antes de la votación algunos centros electorales forzando la migración obligada –según cálculos de la MUD– de más de 700 mil personas a otros centros de votación. Un millón ochenta mil electores habrían sido impedidos de ejercer su voto con máquinas de votar dañadas, retrasos injustificados a la hora de abrir los centros de votación y la intimidación violenta dentro y fuera de los mismos por afectos al régimen. No se trató de un proceso libre y transparente como había exigido la comunidad internacional y el país esperaba. Bien lejos de ello, se violentó todo comportamiento democrático.

Hasta aquí el relato de parte de la carrera de obstáculos auspiciada por el CNE. Pero… ¿y la oposición democrática? Llegó jadeando a unas elecciones regionales –postergadas por el CNE para 2017– luego de haberlas relegado en sus prioridades para favorecer la salida urgente del régimen vía la presión de la calle, un referéndum revocatorio al final nonato o la petición de renuncia del presidente . El cambio de señal abrupto de pavimento a voto no fue bien leído –o apreciado– por sectores de la clase media, lo cual aunado a la prédica abstencionista de algunos líderes fuera de la MUD, contribuyó a desmotivar la participación electoral. En cuatro municipios claves –bastiones opositores– del estado de Miranda la abstención rondó el 50%. Este es el estado del que el líder opositor, , fue gobernador, hoy en manos del oficialismo gracias a la abstención.

Aun así, la oposición democrática logró ganar en estados importantes del país, varios antiguos bastiones del chavismo. Pero la frustración es grande porque las expectativas eran mayores y es seguro que la dirigencia de la MUD tendrá que ofrecer una explicación convincente de lo sucedido si quiere revivir el ánimo opositor hoy en el subsuelo.

Nadie se puede llamar a engaños con la naturaleza del régimen ni su falta de escrúpulos democráticos. Es un hecho de la realidad y no puede ser la excusa para la derrota. Lo que a todas luces parece urgente es encontrar un discurso coherente, un relato convincente para toda la sociedad, y atenerse a lo pactado. Ha costado muy caro el ejercicio de una política epiléptica, fijada al ritmo de la impaciencia que reina en Twitter.

Para retomar el camino, para revertir el desánimo, habría que comenzar por responder, con valentía y franqueza, a la pregunta: ¿Qué sucedió?