El sur recuerda, por Paula Muñoz
El sur recuerda, por Paula Muñoz
Paula Muñoz

La geografía del voto en el 2016 no es una novedad. La continuidad del modelo económico se politizó en el país desde el 2006 con una expresión territorial clara.Las zonas del país que están mejor integradas y disfrutan más de los beneficios de la economía de mercado y la agroexportación, ubicadas predominantemente en la costa, votan consistentemente por opciones que prometen la continuidad del modelo. En cambio, otras zonas del país que se integran de forma más tardía al crecimiento en curso y se benefician menos, o más tardíamente por el mismo, han mostrado una tendencia más volátil pero que da cuenta de expectativas de cambio en el manejo económico y del manejo del Estado. No es, pues, un voto ignorante ni irracional.

En especial destaca el voto del sur como bloque que apoyó de forma mayoritaria a Humala y ahora a Verónika Mendoza. Estas continuidades no son casuales ni sorpresivas considerando la historia política del siglo XX. El sur tiene una trayectoria política más contestataria y de fuerza opositora al centralismo limeño. Fue cuna del reformismo de la Democracia Cristiana y de Acción Popular de los años 50 y 60 y bastión de la izquierda que surge en los 70. Propuestas que apelan a transformaciones profundas de la economía y la sociedad tienen referentes ideológicos, simbólicos e identitarios en esta macrorregión. Antes que Mendoza, en el sur se siguieron con interés también las propuestas de cambio más moderado encarnadas en Guzmán y Barnechea; mientras que algunos apoyaron propuestas más radicales como la de Gregorio Santos.

Pero en el voto en el sur no se expresan solamente identidades progresistas y expectativas de cambio económico, ni en el resto del país los votantes solo buscan la continuidad del modelo. La segunda fuerza de la primera vuelta en el sur es el fujimorismo, y este predomina y crece en todo el país. Sería un error reducir al fujimorismo a sus votantes de los sectores altos. Sí, es más conservador y promete mano dura, pero tiene un tronco común con el nacionalismo en la promesa de incorporación al Estado-nación. Como sostuvo Vergara en el 2007, Humala representó esta opción popular-nacionalista con claridad, pero el fujimorismo también promete Estado. Promete acercar este Estado a la gente a través de programas sociales y clientelismo. Más aun, promete un Estado que entiende a la gente y, entonces, puede que no fiscalice ni haga cumplir la ley que “estorba”, como en el caso de la minería ilegal.  

En el sur y en varias de las regiones donde el fujimorismo creció en el 2016 existe, pues, también una demanda de integración y cambio por la vía estatal. Se demanda un Estado más presente, cercano a la gente y eficaz; también es un voto parcialmente por el cambio, en este caso contra el establishment tecnocrático, arrogante y distante de los últimos años. Negar esto sería no entender la complejidad del voto en estas elecciones.

Finalmente, en esta geografía del voto no sorprende tampoco la victoria de Santos en Cajamarca. A pesar de las grandes inversiones mineras, la desigualdad del ingreso se incrementó significativamente allí entre 2004-2012, creció la brecha urbana-rural y continúa siendo el departamento más pobre del Perú. La población de Cajamarca no ha disfrutado, mayoritariamente, los beneficios de la gran minería y así lo ha expresado de forma reiterada mediante protestas y luego mediante el voto. Desde el gobierno regional, Santos logró liderar la resistencia antiminera y representar políticamente la disconformidad de los cajamarquinos. 

Es ya evidente que estos patrones electorales no desaparecerán solos. Más allá de caer en la histeria cada cinco años, urge hacer algo para reconocer y responder a estas demandas sociales, económicas y simbólicas.