“Los ciudadanos están una vez más adelante del poder y se las arreglan para establecer el monitoreo electrónico y de sus calles”. (Ilustración: Jhafet Ruíz Pianchachi)
“Los ciudadanos están una vez más adelante del poder y se las arreglan para establecer el monitoreo electrónico y de sus calles”. (Ilustración: Jhafet Ruíz Pianchachi)
Raúl Castro

Las cámaras de seguridad dispuestas en el local de la cadena internacional de café, en Surco, registraron paso a paso uno de los tantos robos ultraviolentos que sufrimos a diario en Lima. Tres delincuentes extranjeros fuertemente armados entran campantes al lugar, un viernes, temprano en la noche, y hacen un barrido de aparatos tecnológicos y carteras. Móviles, laptops, incluso la computadora del mostrador, son sustraídos. Paradójicamente para ellos fue este mismo despliegue de lo que permitió su captura posterior.

Como miles de ciudadanos en la ciudad vi estas escenas terroríficas en loop –una y otra vez– en las plataformas digitales de comunicación. La repetición cual videojuego propicia la carne de gallina, la mano al bolsillo trasero, la preocupación inmediata por nuestra familia y amigos. Pude ser yo, mi esposa, mis alumnos. La pulsión lleva entonces a buscar amparo. Viene a la mente entonces el activismo abrumador en Facebook, sí, Alerta Surco-Surcanos Unidos, y todo hace sentido. ¿Dónde eran los plantones, dónde se reúnen para protestar?

Recibí varias invitaciones de amigos y vecinos para unirme a la cuenta y, claro, sabiendo que no quería vivir películas de terror a diario, opté por no atender. Todo cambia cuando te toca. El miedo se hace impotencia, y luego, furia. Contra el Estado, contra el alcalde, contra la providencia misma por habernos puesto en este suelo. Catarsis. Ofrezco mi testimonio. Dónde es el plantón, a qué gerente de debo facilitarle la toma de decisión. ¡Haz algo, hombre, despierta!

Cuenta Moisés Naím, en “El fin del poder”, que este, el poder, ha cambiado de manos. Llevamos por lo menos un par de décadas desde la caída del Muro de Berlín en el proceso. Del Muro de Berlín a los muros de Facebook han pasado cientos de revoluciones, de los Indignados a Occupy Wall Street, de Un Millón de Voces contra las FARC a #NiUnaMenos. Y más recientemente, al Tea Party, la ola Bolsonaro o #ConMisHijosNoTeMetas. De izquierda a derecha, el cetro ha cambiado de manos, de la autoridad en ejercicio, a la ciudadanía organizada, en mucho, gracias a la comunicación agregativa que permite el social media. Muy especialmente, a las “acciones conectivas” que propicia (Bennet y Segerberg dixit). Y a la tremenda gansterización de la política y la justicia formal, lo cual, irremediablemente, lleva a su descrédito.

Participar en Alerta Surco es tener una sobrerrepresentación del crimen en tu vida cotidiana pero también una necesidad para no dejar que la realidad te lleve de encuentro pasivamente. La reciente encuesta del IEP es clara: la seguridad es el aspecto peor evaluado de la gestión de Vizcarra. Si el 43% de peruanos creemos que la ha aumentado, y nuestra percepción de la inseguridad es prácticamente la misma en el 2015 y el 2019: 76% creemos que vivimos poco o nada seguros, entonces, se hace convicción el cambiar las cosas con la acción propia. Terrible, pero llegas al punto de darte cuenta de que vives no al amparo de la autoridad, sino a pesar de la autoridad. Institutos como Pew Research han hecho sondeos globales y concluyen que uno de cada dos ciudadanos nunca participaría en una campaña o iría a oír a un candidato. Contracorriente, la emergencia de la “política residencial” –para algunos, “pospolítica”–, es vital, y los resultados que plataformas como Alerta Surco consiguen, lo confirman. De la viralización, las denuncias saltaron a los medios masivos como la TV, y de ahí a las autoridades, quienes han terminado bajando al llano y haciéndose finalmente presentes. Toca ver si serán eficientes disminuyendo la criminalidad también, ese es su desafío.

Alerta Surco no se ha quedado con los brazos cruzados y ha pasado a hacer lo que ya otros movimientos conectivos, como el de los ‘pulpines’, impulsó antes: organizar por zonas. Los ciudadanos están una vez más adelante del poder y se las arreglan para establecer el monitoreo electrónico y de sus calles. De este modo el éxito se medirá, como en las redes digitales, laparoscópicamente: como un delivery geomóvil. Ladrones y políticos aún no están avisados.