(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Elder Cuevas-Calderón

El lugar común para todo limeño es afirmar que nuestra ciudad es un caos; una metrópolis sin ley, sin respeto, y en donde todos pareciéramos andar a la deriva. Sin duda, una lectura sensata a la luz de las constantes violaciones a las reglas de tránsito. Sin embargo, examinemos el diagnóstico. ¿Puede ser Lima una ciudad en la que, a pesar de lo que vemos a diario, existe un respeto a un tipo de convivialidad? Aunque parezca contraintuitiva, la respuesta es sí. Existe un modo de sociabilidad común que no es ajeno a ningún limeño y que sirve como un manual de instrucciones imaginarias para abrirnos campo tanto en las pistas como en la vida cotidiana.

Para esto, primero es necesario entender que lo que ocurre en la arena del tránsito no es una disputa exclusiva de los vehículos, sino más bien una escenificación más de las dinámicas sociales con las que interactuamos. En otras palabras: lo que denominamos ‘caos vehicular’ no es otra cosa que el síntoma de nuestra vida cotidiana, algo que nos parece que no funciona pero que –paradójicamente– permite que las cosas sigan operando bajo una dinámica ordenada. Cabe señalar que no hago referencia al caos como un ‘mal’ necesario, sino que en ese caos del que tanto renegamos hay mucho más que infracciones de tránsito: allí está el guion social que da coherencia y cohesión a todos los modos de interacción en nuestra ciudad.

Para explicarnos mejor tomemos una escena familiar. Un conductor cierra a otro para pasar. Aunque el acto es entendido como una criollada, en realidad es un ‘achoramiento’. Más allá de la corrección de los términos, hay una diferencia importante de subrayar. Mientras la criollada se hace desde la posición de un esclavo astuto (de alguien que se distingue por sus cualidades de embuste y falta de vergüenza, pero que paradójicamente busca pasar inadvertido), el ‘achoramiento’ se da desde la posición de un amo que no solo reconoce su falta, sino que pretende que el otro reconozca su derecho natural a cometerla. Hace oídos sordos.

A diferencia de la criollada, donde el agraviado mantiene su derecho al reclamo, en el ‘achoramiento’ la víctima que reclama agrava su situación de agraviado, cayendo así en la posición del tonto (‘lorna’). Pensemos sino en nuestro ejemplo y en cómo un policía –al advertir que un conductor cierra a otro– zanja de inmediato el tema con un “¡avance, señor, avance!”. A esto añadamos otro componente. Ante un acto de ‘achoramiento’, el ‘achorado’ no solo es respaldado por la policía, sino por todos los que presencian la escena. El ruido de las bocinas –que acompañan el reclamo– resonaría de inmediato para silenciar las quejas del agraviado mas no para sancionar al infractor. Así, los cláxones se usarían contra el agraviado, pues su reclamo se considera infundado. De manera que su pedido legítimo es revertido como un acto revanchista que no tiene lugar y que, por el contrario, impide que el resto ‘avance’.

¿Esto significa que el ‘achoramiento’ es nuestro modo de sociabilidad? No. El asunto es más complejo. El ‘achoramiento’ no solo demostraría un acto de imprudencia, sino un esfuerzo individual por hacerse respetar. Si alguien cierra, estorba el paso, se sube a la acera, pasa el semáforo en rojo, maneja ebrio, etc., es porque –en su lógica– está solo en la ciudad. Por eso gira a los costados sin mirar el retrovisor; porque no tiene semejantes, sino adversarios. Y porque, si no se antepone al otro, terminará siendo él el agraviado.

¿Es el ‘achorado’ un exceso o un producto social? Notemos que si existe el ‘achorado’ en nuestra sociedad, no es porque sea un defecto, sino más bien un efecto de nuestra convivialidad. Pero ¿es solo un infractor? Paradójicamente en el ‘achoramiento’ no solo están las faltas, sino también los reclamos a algo que estructuralmente no funciona. Pensemos que esta forma de sociabilización es empleada por todos: ricos, pobres, letrados e iletrados. Entonces, si es un lugar común para todos los limeños, es nuestra tarea hurgar en esas actitudes. No solo para denunciarlas, sino para estudiarlas. Ya que en ellas podemos encontrar un reclamo que merece ser analizado.