“Muchos de los seguidores de Trump continúan apoyando su marco de acción”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
“Muchos de los seguidores de Trump continúan apoyando su marco de acción”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
Juan Carlos Chávez

Parece un juego, pero no lo es: si alguna voz del entorno del presidente estadounidense, , cuestiona el alcance de sus políticas o proyectos nacionalistas, lo más probable es que, en el corto plazo, esa figura pase a engrosar la lista de ex amigos, asesores y funcionarios de confianza que fueron recibidos por la puerta grande, pero que terminaron siendo despedidos de la peor manera.

El resultado de todas estas decisiones, alentadas por la inmadurez política del mandatario y la volatilidad de sus instintos ‘naturales’, está debilitando el sistema de gobierno y la integridad de las instituciones que dependen de su estado de salud.

Nadie sabe con certeza hasta cuándo o de qué forma terminará esta ola de reemplazos y salidas abruptas, debido a que muchos de los seguidores de Trump continúan apoyando su marco de acción. Incluyendo una buena porción de legisladores.

¿Qué los motiva?

Quizás el hecho de ver a un inquilino de la que no encaja con el molde establecido y se multiplica frente a las cámaras, plataformas sociales y cuanta herramienta encuentre para diversificar su personalidad: desafiante, proteccionista y absolutamente desinteresada en estrechar lazos. Su objetivo: dejar su propio legado y una impronta al estilo Trump, como si se tratase de una marca de corbatas (que alguna vez la tuvo) o la promoción de un proyecto con poco sustento y mucho de fantasía, como la fallida iniciativa académica-comercial que patrocinó con la apertura de la Universidad Trump.

Para quienes hemos seguido de cerca las peleas internas de esta presidencia consideramos que el más reciente capítulo protagonizado por el ex abogado de Trump, Michael Cohen, sigue la brújula de episodios anteriores: llámese el despido del secretario de Estado, Rex Tillerson, y el de su asesor económico, Gary Cohn. Se anotan también la salida de su directora de Comunicación, Hope Hicks, y la pelea a muerte que tuvo con su asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, un hombre que estaba señalado a ser el peón dentro de las filas de la Casa Blanca, pero que terminó aplastado por el juego de palabras en menos de un mes en el cargo.

Las dimensiones de los problemas que tocan la fibra del círculo más íntimo del mandatario taladran nombres de personajes que, incluso antes de la juramentación de Trump, parecían estar vacunados contra todo. Uno de ellos fue el ex jefe de campaña Paul Manafort.

Las riñas tampoco hicieron a un lado la estabilidad de figuras como Reince Priebus, un buen amigo de Trump que llegó directo y sin escalas a desempeñarse como jefe del Gabinete. Fue nombrado después de orquestar el comité de transición y despedido con un tuit del mandatario desde Long Island, en Nueva York.

El clima de lucha interna en un gobierno nacional generalmente suele ser un freno para muchos de sus líderes. Sin embargo, en el caso de Trump estos ajetreos parecen avivar la presencia de una figura cada vez más autoritaria y distante de la realidad de su país.

La defensa de Trump contra toda esta racha de despidos, acusaciones y calificativos a personas que, supuestamente, eran de su entera confianza, convergen en un solo punto y sazonan la falsa idea de que se trata de una cacería de brujas.

Sus disparates no quedan en la desfachatez de las cifras y los calificativos que utiliza para blindarse de sus enemigos políticos. También dan en el blanco a la bancada demócrata, a la que acusa –sin mayor conocimiento de causa– de querer llevar al país al establecimiento de un sistema socialista.

La demagogia sobre una supuesta crisis nacional en la frontera con México dicta, de alguna forma, el mismo perfil de los argumentos que surgen del imaginario de Trump. Vale decir: para debilitar a sus detractores y ridiculizar a los amigos que alguna vez fueron tratados como familia.