(Foto: AFP)
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Bjorn Lomborg

Horas antes de que anunciara que Estados Unidos abandonaría el tratado de reducción de emisiones de carbono firmado en París, el secretario general de la ONU, António Guterres, se sumó a Twitter para declarar que la acción climática es “imparable”. El claro mensaje, reforzado por los líderes de la Unión Europea y China, es que el resto del mundo continuará con el sin la participación de Estados Unidos. Su resolución, no obstante, rápidamente se topará con tres verdades incontrovertibles.

Primero, el Tratado de París será el acuerdo mundial más caro de la historia. Reducir las emisiones sin tener sustitutos accesibles y eficaces para el combustible fósil significa una energía más costosa y un menor crecimiento económico. Los cálculos estimados utilizando los mejores modelos económicos revisados por pares muestran que el precio global de todas las promesas del tratado llegaría a US$1-US$2 billones al año, a partir del 2030. Sin la participación de EE.UU., el resto del mundo deberá desembolsar entre US$800.000 millones y US$1,6 billones anuales. El tratado también depende de la entrega de US$100 mil millones al año en “ayuda climática” a los países en desarrollo a partir del 2020, una promesa que vino originalmente de EE.UU.

Estos enormes costos han puesto en peligro el tratado desde su firma. No es difícil imaginar a otros líderes que se resistan al crecimiento más lento, o a naciones ricas que renuncien a la ayuda prometida.

En segundo lugar, el acuerdo siempre iba a tener un pequeño impacto en las temperaturas, pero sin EE.UU. se logrará aun menos.

Lo poco que cualquiera de nosotros recuerda del Tratado de París es la enérgica retórica de los líderes que dijeron que estaban comprometidos a mantener los aumentos de la temperatura en menos de 1,5 grados Celsius. Era un compromiso sorprendente.

Pero el discurso enmascaró la realidad de que las promesas verdaderas del tratado de reducción del carbono –que no son jurídicamente vinculantes– solo alcanzan hasta el 2030 y solo comprometen al mundo a lograr menos del 1% de las reducciones de carbono que se necesitarían para mantener los aumentos de la temperatura por debajo de los 2 grados Celsius. En otras palabras, el Tratado de París deja al 99% del problema inalterable.

Sin duda, escucharemos a muchos políticos predicar sobre futuros recortes, pero la experiencia no es un buen presagio para tales promesas. El Protocolo de Kioto fue vendido al mundo en 1998 como la solución para el calentamiento global y comenzó a desmoronarse casi tan rápidamente como París.

En tercer lugar, y lo que es más problemático, la energía verde está lejos de estar lista para suplantar a los combustibles fósiles.

La retórica es inexorablemente optimista: una frase típica del presidente de Bloomberg New Energy Finance, Michael Liebreich, es que “las energías renovables están entrando fuertemente en la era de la subcotización” de los precios de los combustibles fósiles. Esto lo hemos escuchado durante décadas, pero se mantiene en el plano de las ilusiones.

La energía verde es tan ineficiente que su implementación depende casi totalmente de los subsidios. España estaba pagando casi el 1% de su PBI en subsidios para energías renovables, más de lo que gasta en la educación superior. Cuando redujo los subsidios, la nueva producción de energía eólica colapsó por completo.

El subsidio a la implementación de energía renovable para reducir nuestras emisiones de CO2 ha sido un callejón sin salida. Después de cientos de miles de millones de dólares en subsidios anuales, solo obtenemos, de acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía, el 0,5% de las necesidades energéticas mundiales del viento y el 0,1% de la energía solar fotovoltaica. Incluso para el 2040, si el Tratado de París se hubiera mantenido totalmente en vigor, después de gastar US$3 billones en subsidios directos, la Agencia Internacional de la Energía espera que el viento y la energía solar proporcionen solo entre 1,9% y 1% de la energía mundial.

Todo esto significa que es absurdo que los líderes mundiales sigan obsesionados con el Tratado de París porque no solo va a fallar, sino que será enormemente costoso y no hará casi nada para solucionar el .

La decisión del presidente Trump ofrece una oportunidad para repensar el enfoque. Lo que se necesita desesperadamente es una inversión significativamente mayor en investigación y desarrollo de energías verdes, de modo tal que la tecnología renovable pueda competir con los combustibles fósiles. Iniciativas como la Breakthrough Energy Coalition, en la que Bill Gates ha invertido US$2 mil millones, son un buen comienzo. Pero un panel de ganadores del premio Nobel convocados para el Copenhagen Consensus Center sobre el proyecto climático encontró que no debemos solo duplicar la financiación de la investigación, sino aumentarla más de seis veces, a US$100.000 millones al año.

Un compromiso con la investigación y el desarrollo de la energía verde es lo que necesita el planeta ahora de los líderes mundiales, mucho más que una bravuconada.