(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

El 7 de octubre, aproximadamente el 46% del electorado brasileño votó por Jair Bolsonaro para presidente. Esto significa que casi 50 millones de brasileños respaldaron a un político que propugna una retórica populista radical de derechas, marcada por el autoritarismo, la xenofobia y la misoginia. ¿El éxito de Bolsonaro augura una nueva era de política radical de derecha en América Latina?

El resultado de las elecciones brasileñas es motivo de preocupación. Aunque Bolsonaro fue el favorito, pocos pensaron que lograría más del 40% de los votos en la primera vuelta. Todo indica que Bolsonaro será el próximo presidente de Brasil.

Muchos observadores argumentan que la ola de populismo de derecha que ha envuelto a Estados Unidos y gran parte de Europa se dirige ahora hacia América Latina, donde existen las condiciones propicias para que prosperen políticos populistas. Pero si bien esta preocupación tiene ciertos fundamentos, existen diferencias claves entre el contexto latinoamericano, e incluso el brasileño, y el de Europa y Estados Unidos.

En Europa, el principal problema que alimenta el apoyo a la derecha radical es la inmigración, tema que escaló a lo alto del debate público por la afluencia masiva de refugiados que alcanzó su punto álgido en el 2015. Sin embargo, en América Latina los ciudadanos están mucho más preocupados por la prosperidad económica y la seguridad pública.

En cuanto a Estados Unidos, la agenda del presidente Donald Trump, al igual que su victoria electoral, depende de la lealtad partidista. Los líderes republicanos pueden tener sus problemas con el estilo de Trump, pero su apoyo ha sido vital para los logros de su administración. Un ejemplo de esto es la confirmación para la Corte Suprema de Brett Kavanaugh, cuya respuesta a las acusaciones de agresión sexual durante el proceso de confirmación lo hubiera descalificado bajo circunstancias menos partidistas.

Por el contrario, Bolsonaro no tiene una poderosa maquinaria partidista para respaldarlo, aunque se rija por las reglas y normas. Es miembro del Partido Social Liberal, que ha cambiado gran parte de su plataforma –abrazando políticas sociales más conservadoras– desde que Bolsonaro se unió este año.

El fenómeno Bolsonaro ni siquiera es representativo de la política latinoamericana más amplia, que últimamente se ha desplazado hacia la derecha, pero sigue siendo moderada. Tanto Mauricio Macri en Argentina como Sebastián Piñera en Chile, elegidos en el 2015 y 2017 respectivamente, han gobernado como líderes de centroderecha.

Teniendo en cuenta esto, parece claro que el surgimiento de Bolsonaro es el resultado directo de las circunstancias particulares de Brasil, que incluyen una devastadora recesión económica y revelaciones de escándalos de corrupción masiva que han manchado al Partido de los Trabajadores (PT) y a toda la clase política del país. Pero el hecho de que una presidencia de Bolsonaro no formaría parte de una ola populista de derecha más amplia en América Latina no hace que la perspectiva sea menos peligrosa para Brasil.

Estas condiciones son muy similares a las que facilitaron, a fines de la década de 1990, el auge del venezolano Hugo Chávez, quien implementó reformas institucionales radicales que le dieron un poder prácticamente ilimitado. Esas reformas son una razón clave por la cual el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, ha podido convertir al gobierno de Venezuela en un régimen autoritario.

¿Podría una presidencia de Bolsonaro representar una amenaza similar para la democracia de Brasil? La respuesta corta es sí, precisamente porque, al igual que a Maduro, sería difícil para Bolsonaro gobernar de otra manera.

Para gobernar legítimamente, Bolsonaro necesitaría asegurar un amplio apoyo público y entre las élites políticas y empresariales. Sin embargo, aunque el nuevo Congreso de Brasil es más conservador que el anterior, está muy fragmentado, con partidos de izquierda y de derecha que han perdido apoyo. Esto dificultará que el próximo presidente continúe con su programa legislativo, a menos que logre asegurar el apoyo de una amplia coalición.

Por su parte, la comunidad empresarial está dividida sobre la agenda económica de Bolsonaro. Muchos expresan serias dudas acerca de la sostenibilidad de las reformas neoliberales propuestas por su equipo económico.

Además, si el país elige a Bolsonaro, es posible que tenga dificultades para mantener el apoyo popular, dado los desafíos que enfrentará para cumplir sus promesas de campaña. Si no puede producir resultados rápidamente, grandes segmentos de la población podrían volverse en su contra, especialmente dado que el PT conserva una gran base de apoyo que se puede esperar genere una resistencia concertada a un gobierno de Bolsonaro.

Bajo estas circunstancias, Bolsonaro y sus aliados militares bien pueden recurrir a socavar la democracia de Brasil, como lo hizo Chávez en Venezuela. Esto podría incluir no solo gobernar por decreto y purgar instituciones estatales, sino también silenciar a los medios de comunicación y reprimir a la sociedad civil. Esto sería irónico: durante la campaña, Bolsonaro a menudo advirtió que un gobierno del PT transformaría a Brasil en Venezuela con sus políticas izquierdistas, aunque las administraciones anteriores del PT no lo hayan hecho.

Como lo ha indicado el ex presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso, puede que no sea una amenaza realista, pero ha ayudado a Bolsonaro a movilizar a los votantes que ya estaban enfadados con el PT –y con el sistema político en general– por su participación en escándalos de corrupción masivos. Si esta (comprensible) ira nubla el juicio de los brasileños hasta el punto de elegir a Bolsonaro, sus peores temores pueden hacerse realidad. Su país será arrojado al tumulto, al igual que Venezuela, debido a la rápida erosión de las instituciones democráticas.

En resumen, América Latina en general no se enfrenta a una ola populista de derecha. Pero esto no hace que la amenaza que Brasil enfrenta sea menos potente. Para contrarrestarla, los principales partidos de derecha e izquierda tendrán que tomar una posición fuerte y efectiva en defensa de la democracia liberal.

-Glosado y editado-