(Foto: Luong Thai Linh / EFE)
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/ LUONG THAI LINH
Ruchir Sharma

A los pocos días de que China anunciara el primer caso de COVID-19, Vietnam se estaba movilizando para detener la propagación del coronavirus. El rápido aislamiento de los brotes ha mantenido la tasa de mortalidad de Vietnam entre las cuatro más bajas del mundo.

Contener la pandemia permitió a Vietnam reabrir rápidamente sus negocios y ahora se espera que sea la economía de más rápido crecimiento del mundo, a un ritmo anual del 3%.

Este momento para Vietnam se ha estado gestando durante mucho tiempo. Después de la Segunda Guerra Mundial, los ‘milagros asiáticos’ –primero Japón, luego Taiwán y Corea del Sur, más recientemente China– salieron de la pobreza abriéndose al comercio y convirtiéndose en potencias de exportación.

Ahora, Vietnam está siguiendo el mismo camino, pero en una era completamente nueva. Las condiciones que hicieron posibles los milagros originales se han ido.

Una amenaza aún mayor para el continuo crecimiento de Vietnam es que el país ha sido gobernado durante casi medio siglo por el mismo partido autoritario. Los autócratas pueden forzar un crecimiento muy rápido, pero a menudo sus caprichos y obsesiones políticas generan ciclos erráticos de auge y caída. Estos obstáculos hacen que lo que la autocracia inusualmente competente de Vietnam ha logrado hasta ahora sea aún más impresionante, pero también más difícil de sostener.

Mientras que otros países emergentes gastan en bienestar social en un esfuerzo por apaciguar a los votantes, Vietnam dedica sus recursos a sus exportaciones, construye puertos para llevar bienes al extranjero y construye escuelas para educar a los trabajadores. El Gobierno invierte alrededor del 8% del PBI cada año en nuevos proyectos de construcción.

También dirige el dinero de los extranjeros en la misma dirección. Durante los últimos cinco años, la inversión extranjera directa ha promediado más del 6% del PBI en Vietnam, la tasa más alta de cualquier país emergente. La mayor parte se destina a la construcción de plantas de fabricación e infraestructura.

Vietnam se ha convertido en un destino favorito para los fabricantes de exportación. El ingreso per cápita anual promedio en Vietnam se ha quintuplicado desde fines de la década de 1980 a casi US$3.000 por persona, pero el costo de la mano de obra sigue siendo la mitad del de China, y la fuerza laboral está inusualmente bien educada para su clase de ingresos.

¿Puede Vietnam continuar su éxito? Probablemente. Si bien el crecimiento de su propia población en edad de trabajar se está desacelerando, la mayoría de los vietnamitas todavía viven en el campo, por lo que la economía puede continuar creciendo al trasladar a los trabajadores a los empleos urbanos.

Y hasta ahora, no ha cometido el error que típicamente retrasa el desarrollo económico en naciones autocráticas. Está haciendo que el capitalismo autocrático funcione excepcionalmente bien, a través de políticas económicas abiertas y una gestión financiera sólida.

La abrumadora mayoría de las economías de posguerra que crecieron súper rápido, o quebraron, fueron dirigidas por gobiernos autoritarios. Vietnam ha mantenido un fuerte crecimiento hasta ahora, en gran parte libre de los excesos clásicos, como grandes déficits gubernamentales o deudas públicas.

Un posible problema: después de múltiples rondas de privatización, el gobierno posee menos empresas, pero las que aún posee representan casi un tercio de la producción económica. Si surgen problemas, estas empresas estatales infladas son un lugar donde podría comenzar.

El aumento de las deudas también condujo a crisis financieras que marcaron el final del crecimiento sostenido en Japón, Corea del Sur y Taiwán. Así que existen peligros en cualquier camino de desarrollo. Por ahora, Vietnam parece un milagro de una época pasada, exportando su camino hacia la prosperidad.

–Glosado y editado–

© The New York Times