“Los Voluntarios del Bicentenario son parte del legado que espera dejar el Proyecto Especial Bicentenario al 2021-2024”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Los Voluntarios del Bicentenario son parte del legado que espera dejar el Proyecto Especial Bicentenario al 2021-2024”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Sandra Salcedo Arnaiz

El Perú, como otros lugares de nuestro planeta, es un lugar en el que se optó desde hace mucho por esconder nuestra fragilidad, nuestras zonas más vulnerables o las que hemos creído que lo son. Así, adultos mayores y personas con discapacidad, por ejemplo, han ido desapareciendo de nuestro espectro colectivo para ocultarse en el lugar de lo íntimo porque afuera solo ha quedado espacio para los competitivos, los que crecen sin detenerse, los que pueden con todo.

Al ocultar nuestra fragilidad, también hemos dejado de lado el desarrollo de capacidades para lidiar con esta, así como la reflexión en torno al valor (social, cultural, económico y político) que tienen las prácticas del cuidado hacia quienes están en situación de vulnerabilidad. Abrazar nuestra fragilidad y, con ella, nuestras prácticas sociales de cuidado, nos invita a desafiar los principios del individualismo y la competencia como formas primordiales de relación, para poner el foco en la pregunta sobre qué ocurre con los cuidados, quién los realiza, quién cuida a quién y qué valor tiene ese cuidado dentro de nuestras vidas y sociedad.

No es casualidad que la responsabilidad del cuidado del otro sea generalmente asignada a las mujeres y que fragilidad y cuidado sean realidades ocultas y difusas, vinculadas a lo emocional. Una especie de debilidad en tiempos de pura razón pero, evidentemente, no en . Durante esta emergencia, a solicitud del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, cerca de 6.000 Voluntarios del Bicentenario han venido cumpliendo funciones de monitoreo telefónico a más de 130.000 adultos mayores y personas con discapacidad severa para saber sobre su estado emocional y de salud durante estos días de cuarentena generalizada. No es casual tampoco que el 75% de las personas que se inscribieron para dar este servicio hayan sido mujeres.

Resulta simple pensar en la maternidad, la amistad o la asistencia médica como formas de relacionarnos con los otros, en las que la acción moral se centra justamente en el vínculo del cuidado. Sin embargo, la crisis en la que estamos sumergidos, hace que la confianza, la solidaridad y el cuidado sean moneda de oro, y nos da el espacio para retomar la convicción de que la ciudadanía también debe ser entendida como una práctica del cuidado del otro. Este sería un nuevo habitar-la-ciudadanía, del que podrían ser ejemplo palpable los Voluntarios del Bicentenario, en su mayoría jóvenes protagonistas de su rol en el cuidado del otro durante la crisis que nos toca vivir.

En ese sentido, desde el Proyecto Especial Bicentenario de la Presidencia del Consejo de Ministros venimos formando un cuerpo de voluntarios, hombres y mujeres, preparados para el desarrollo de acciones ciudadanas que den respuesta a los principales retos del país. Un ciudadano que pone manos a la obra para hacer un país sin corrupción, que defiende los valores de la igualdad y la protección del medio ambiente, orgulloso de su identidad y diversidad, que apela al diálogo y la reconciliación como herramientas claves para la construcción de un país que mira al futuro. Esto será imposible de sostener sin un trabajo de formación y acción alrededor del cuidado del otro, la comunidad y el entorno.

Los Voluntarios del Bicentenario son parte del legado que espera dejar el Proyecto Especial Bicentenario al 2021-2024. Para ello, este 2020 se priorizará la formación continua de alta calidad a través de medios digitales para que, al cierre del período conmemorativo del , podamos contar con un cuerpo de voluntarios capacitado y con habilidades blandas debidamente desarrolladas para dar respuesta a diversos temas de atención social de cara al futuro. De esta manera empezaremos a migrar desde un “ser solidarios”, primordialmente como reacción ante situaciones críticas, hacia una comprensión de la solidaridad en la que se prioriza el poder hacernos cargo de nuestra fragilidad más allá de las crisis.

Ahora que nuestras certezas se han desplomado, algunas momentáneamente y otras para siempre, hablar de nuestras falencias más profundas quizá nos proteja de caer en la falsa idea de que, con esta crisis, el mundo ya cambió y nosotros con él. Somos los mismos, solo que con una oportunidad inédita de convertirnos en otros.