(Foto: El Comercio)
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Fabiola Maza

Para una mujer que vive en el Perú, las cosas no han cambiado. Luego de más de un año de la marcha #NiUnaMenos del 13 de agosto del 2016 (“13A”), sentimos que nada pasó. La violencia y discriminación que vivimos continúa sin que avistemos alguna esperanza de mejora. En el 13A, las mujeres despertamos y levantamos nuestras voces, pero parece que ni el Gobierno, ni el Congreso ni el Ministerio Público las oyeron. Ante esa inacción y olvido, hoy volveremos a las calles. Volveremos para recordarles que estamos aquí, que continuamos sufriendo violencia, pero que no pararemos hasta que logremos sentirnos seguras y libres en la vía pública, en los micros, en los taxis y en nuestras propias casas.

Y es que, a pesar de nuestros gritos, seguimos igual. De acuerdo con el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, de enero a setiembre de este año se han registrado 94 feminicidios y 175 tentativas del mismo delito. El Ministerio Público nos dice que, en ese mismo período, se registraron más de 17.000 denuncias contra la libertad sexual, haciendo de este el crimen contra la libertad con mayor número de casos (52,71% de las denuncias).

De acuerdo con un estudio elaborado en el 2016 por el Instituto de Opinión Pública de la Pontificia Universidad Católica del Perú, siete de cada diez mujeres hemos sufrido acoso sexual callejero. Y si no confiamos en las cifras o estadísticas, miremos los casos que lograron algo de difusión en los medios de comunicación o en las redes sociales. Hemos sido testigos del sufrimiento de una madre que ha visto cómo el asesino de su hija, el ‘Descuartizador de Lurín’, vivió en libertad más de diez años escapando de la justicia y, pese ello, ahora tendría beneficios penitenciarios que le devolverán esa libertad.

También de una reconocida periodista que vivió el tormento de una relación abusiva; de una joven siendo arrastrada por las calles de Miraflores y que nos recordó a Arlette –quien continúa reclamando justicia–; de muchas mujeres que fueron esterilizadas a la fuerza y cuyos casos han sido disminuidos de manera burda bajo perversas argumentaciones; y del caso de una trans activista que fue golpeada en plena calle por dos hombres, uno de los cuales le clavó el pico de una botella en el cuerpo, sin que los serenazgos que lo vieron ni ninguna otra autoridad haga algo al respecto. Somos el país en el que violan a una mujer y acosan a otras tantas que fueron a cumplir su labor cívica en el censo. Nuestra capital se ha ganado a pulso ese quinto lugar en el ránking de formas de violencia contra las mujeres y la situación es probablemente peor en el resto de regiones del Perú.

El 13A incentivó a que muchas mujeres nos armáramos de valor –e indignación– y denunciemos la violencia que nos ahoga. Sin embargo, hoy continuamos en ese universo paralelo en el que los fiscales no defienden nuestra causa, los policías interrogan más a la víctima que al agresor y nosotras tenemos la culpa de que nos violen o nos maten porque, como lo dijo una congresista: “Sin querer queriendo, podríamos motivar o exacerbar los ánimos de una persona normal”.

Esta nueva movilización es nuestra respuesta a la violencia machista del Perú, pero también es un grito colectivo frente al Estado, porque solo vemos inacción ante la violencia consumada y no ganas de prevenirla. Es indispensable reeducar a nuestro país y a sus instituciones. Una educación con enfoque de género, que les enseñe a las niñas y niños que todos tienen los mismos derechos y deberes. Y que deberían tener las mismas oportunidades. Y en este aspecto, nuevamente, el Congreso se gana una mención (des)honrosa, por ser el primer activista en contra del enfoque de género y, con ello, de los derechos de las mujeres y de la población LGTBIQ. En respuesta, invadiremos sus calles, del mismo modo en que sus leyes y derogaciones nos siguen invadiendo y despojando de derechos y garantías.

No pedimos utopías ni exquisiteces. Solo exigimos que se nos deje vivir en dignidad y libertad. Que se nos reconozca como iguales y que se nos deje de matar, violar, acosar y discriminar. Es el 2017, el Perú por fin se va al Mundial y nosotras seguimos marchando por nuestras vidas. Pero, ¿saben qué? Ya no nos callarán.

En un año las cosas no cambiaron. Y es por eso que hoy volveremos a las calles.