A su populismo económico suma entonces un populismo político que sindica al malvado “fujiaprismo” como un enemigo público. (Foto: GEC)
A su populismo económico suma entonces un populismo político que sindica al malvado “fujiaprismo” como un enemigo público. (Foto: GEC)
Jaime de Althaus

En la encuesta de IEP está primero entre quienes se autoidentifican con la derecha y está segundo en el sector AB, muy cerca de , y primero en el C.

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Eso significa que parte del electorado que está respaldando a Lescano ignora la naturaleza estatista y radical de sus propuestas, que serían muy dañinas para el futuro del país. Postula una nueva Constitución cambiando el capítulo económico para, por ejemplo, establecer que los recursos mineros extraídos son del Estado, no de las empresas, que se limitarán a dar el servicio extractivo. Es decir, el modelo boliviano de estatización o nacionalización. El resultado será que no vendrá más inversión minera así como en Bolivia nunca llegó más inversión gasífera, lo que la dejará sin reservas en 10 años.

Obligará al Banco Central a poner topes a las tasas de interés, lo que alejará el crédito formal de los pequeños, expulsándolos al agiotismo y cortando el avance a la inclusión financiera y a la formalización. Más grave aún, afectará así la autonomía del Banco Central, sustento de la estabilidad macroeconómica del país, y reemplazaría a Velarde por algún economista afín.

Ha anunciado que creará empresas públicas en sectores “estratégicos” como la aeronáutica y seguramente el gas, y convertirá al Banco de la Nación en un banco comercial público. En su plan de gobierno se propone la “desglobalización de la economía”, restableciendo niveles de proteccionismo.

Aparentemente parte del caudal que lo apoya no toma nota de estas propuestas. En parte porque usa el disfraz de Acción Popular, un partido de centro constructivo, que ha sido fagocitado. Pero también porque ese populismo económico radical que ataca a los poderes económicos en defensa de los pequeños, ha quedado subsumido en un ardoroso antifujimorismo, que sigue siendo la identidad política más grande en el país. En ese sentido, como ha sugerido Hernán Chaparro, Lescano sería la reencarnación del Vizcarra que cerró el Congreso, decisión que aplaudió como pocos. A su populismo económico suma entonces un populismo político que sindica al malvado “fujiaprismo” como un enemigo público.

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Como las estructuras básicas tienden a replicarse con otras caras, es posible que tengamos una segunda vuelta entre Lescano y López Aliaga, dos populistas conservadores, uno de izquierda y el otro de derecha.

De Soto, que ha despertado y sube en cierta medida en casi todas las encuestas, ha empezado a señalar –algo elaboradamente, es cierto- la naturaleza estatista e inconducente de las propuestas de Lescano.

Forsyth, en cambio, optó por copiar al candidato puntero y prometió renegociar contratos mineros. Con ello, el joven postulante decidió pelear su pase a la segunda vuelta en el ring de la izquierda, intentando acaso restarle votos a Verónika Mendoza o recuperar votos perdidos a manos del propio Lescano, en lugar de hacerlo en la cancha de la derecha, buscando atraer votos que hoy se inclinan por Hernando de Soto, si se viera que este no levanta lo suficiente, o por el propio Rafael López Aliaga.

La anarquía de los últimos cinco años y la pandemia han arrojado al país a una espiral populista que ya nos está dejando sin futuro.

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