Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva del Perú. (Foto: GEC)
Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva del Perú. (Foto: GEC)
Omar Awapara

En estos días, dos candidatos con chances de llegar a la presidencia ( y ) sugirieron que había llegado la hora de un cambio en el Banco Central de Reserva (BCR). Más allá de los méritos de , quien ya batió por lejos el récord de permanencia con sus 15 años como presidente del directorio, corresponde a quien asuma el poder el 28 de julio evaluar si lo ratifica o no en su cargo. Pero la sola mención a esa prerrogativa ya provocó cierto revuelo, con discusiones sobre maquinitas, emisión orgánica e inorgánica y Venezuela, claro.

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Quiero pensar que el laureado y longevo Velarde no es la única persona con formación económica capaz de dirigir la política monetaria del país, pero su solo nombre es garantía de responsabilidad y autonomía para muchos. Jugar con su salida, por ende, despierta pesadillas ochenteras de precios escritos en lápiz e ingresos evaporables.

Y, sobre todo, aterra a los mercados. El triunfo de Ollanta Humala en el 2011 provocó pánico entre inversionistas y abruptas caídas en la bolsa. Pero la confianza volvió cuando, incluso antes de nombrar un gabinete, decidió ratificar a Julio Velarde en el cargo, para luego rematar con Luis Miguel Castilla en el MEF, renegando así de economistas menos ortodoxos, digamos, que habían trabajado en su plan de gobierno.

¿Sería la elección de alguien como Verónika Mendoza el fin de la autonomía y la estabilidad monetaria en el BCR? No necesariamente. Hay líderes de izquierda como Humala (y Lula en Brasil) que se alinearon con los mercados, pero también hay otros como Rafael Correa que alguna vez los mandó a “tomarse un Valium”. Si bien la globalización de los mercados financieros y la liberalización de la circulación de capitales hacen que la influencia de los inversionistas sobre la política económica se vuelva cada vez más efectiva, la politóloga Daniela Campello demuestra que los mercados logran disciplinar gobiernos de izquierda bajo ciertas condiciones.

En breve, la influencia del capital varía en función de los pronunciados ciclos de abundancia y escasez de divisas que caracterizan a los países de América Latina por la dependencia de sus economías en la exportación de productos primarios y su bajo nivel de ahorro interno. Así, en períodos de bonanza, en los que los precios de los commodities están al alza y las tasas de interés internacionales son bajas, la disponibilidad de divisas reduce la necesidad del Gobierno de atraer capital extranjero para cumplir con sus obligaciones financieras. Caso contrario, no queda más que adoptar la ortodoxia (aún habiendo hecho campaña en su contra) para atraer a los escurridizos inversionistas y sus divisas. James Carville, célebre analista norteamericano, decía en broma que, antes que como presidente o Papa, a él le gustaría reencarnarse en el mercado de bonos, por el poder de intimidación que tiene.

En “buenos tiempos”, entonces, hay más margen de maniobra; durante “malos tiempos”, más vale abandonar cualquier atisbo de heterodoxia y nombrar rápidamente un ministro de Economía o presidente del BCR afín a los mercados como señal de buena fe y credibilidad. Si bien la pandemia es una situación excepcional, este análisis sugiere que poco cambie aun con nuevos rostros al frente del BCR y del MEF, al menos en esta coyuntura.

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