Agosto y sus misterios, por Pedro Suárez-Vértiz
Agosto y sus misterios, por Pedro Suárez-Vértiz
Pedro Suárez Vértiz

No sé si les pasa a ustedes. Quizás sientan lo mismo que yo, quizás no. Pero para mí, recién empezando agosto, ya siento que se está acabando el 2016. Me doy cuenta por los cambios en el ánimo colectivo que suelen ocurrir –como antesala del año nuevo– cuando vamos a iniciar la segunda mitad del calendario. Hay más relajo y mejor disposición para todo, en comparación con el ánimo de los aburridos marzo, abril, mayo, junio y parte de julio.

Para empezar, ya estuvo saliendo un poco de sol, típico veranito de julio, lo que indica que la primavera estará a solo un salto de un helado agosto que todos sabremos atravesar. La ropa de invierno crudo comenzará a guardarse de a pocos, en solo 30 días, y empezarán a salir las prendas menos abrigadoras para asistir a la inmensa cantidad de actividades que empiezan en septiembre. Eso sí, a cuidarse de los ‘vientos de San Andrés’, como dice mi madre, al atardecer hasta fines de noviembre. Veo gente que increíblemente ya está metida en el gimnasio, alistándose para el verano. Ya luego, en octubre nomás, tendrás que hacer cola para siquiera agarrar una pesa.

Las actividades de estos últimos meses las veo también con mi menor hijo. Siento que le queda poco tiempo para cerrar el año, que las semanas que vienen pasan volando y surgen las ganas de terminar el colegio como si faltaran solo días. Además, él empieza a recordarnos los regalos para la tómbola, la kermesse del colegio, los ensayos para el baile y las reuniones de los padres para definir cómo van a apoyarse en este evento. Recuerdo que en mis años de colegio las kermesses se realizaban como fiestecitas de pueblo, con carrera de sacos, sorteo de pollitos y postres caseros. Hoy inclusive el colegio más austero realiza una megaproducción con juegos mecánicos. Esta comparación con el recuerdo es crucial para la sensación del paso veloz del tiempo.  Agosto produce esa distorsión cronológica.

El otro día ampayé a mi esposa viendo disfraces de Halloween para mi menor hijo. ¡Pero si eso es a fines de octubre! No puedo creer lo rápido que pasan los años, a pesar de que ya no viajo y mis actividades son mucho más tranquilas y sedentarias.

Bueno, este fenómeno es producto de que para todos –tengas 8 años o 50– la sensación temporal de lo vivido desde que nacimos es exactamente la misma. Es decir, para un niño de 10, un año es un décimo de su vida. Pero un año para un hombre de 50 es un ‘cincuentavo’ de su vida. Es decir, un año para un hombre de 50 es menos de tres meses para un niño de 10. Por eso con la edad los años se hacen más cortos.

Sin embargo, el célebre psicólogo holandés Dowue Draaisma postula que la memoria inmediata desecha mucho y prioriza los mejores recuerdos. Por eso lo que recuerda un hombre de 50 pesa igual en valor que lo que recuerda un adolescente. A esto se le llama subjetividad de la memoria. Y por eso, a más lindos recuerdos, más sensación de velocidad en el paso del tiempo. En eso caemos los mayores de 30. Si les interesa el tema, busquen textos de Draaisma.

Siento también que ya es casi fin de año porque ya no hay tiempo para empezar alguna campaña artística o publicitaria que pueda funcionar el 2016. Porque para mí la segunda mitad del año es donde se lanzan los discos, eventos, obras, promociones y demás proyectos que deseen entrar en los recuentos anuales. Lo que se hizo de enero a julio poco o nada deja en la memoria de esos meses. Salvo obviamente un hecho poderosamente histórico, como los Rolling Stones en Lima. Por eso, amigos, la segunda mitad del año es su esencia en sí. A disfrutar ahora sí del verdadero 2016.

Esta columna fue publicada el 6 de agosto del 2016 en la revista Somos.