Difícil trance debe estar atravesando la taberna californiana Dutch Goose al perder a su cliente más célebre. Después de seis años de esquivar a la justicia con el andamiaje mitómano más descarado que se recuerde, está a un paso de volver a la tierra que defraudó.

Aquí lo espera el penal de , lugar de retiro de casi todos los expresidentes peruanos que comparten con él la misma vocación por el delito. ¿Qué nueva estrategia de victimización traerá ahora? Alguien capaz de autosecuestrarse en el Melody, inventarse la muerte de su mamá en un terremoto, negar mil veces a su hija, embarrar a su suegra y anunciar públicamente que estaba yendo a “la China, a la India, a recibir un Premio Nobel” que no existe debe estar preparando el argumento de defensa más delirante de los últimos tiempos.

Toledo sigue tratando de impedir su extradición con una catarata de recursos y maniobras dilatorias. Lo último que hizo fue presentarse como “amigo y aliado” de EE.UU. y argumentó que el Perú enfrenta inestabilidad política y democrática por la destitución de Castillo, quien fue “prontamente colocado en una prisión preventiva”.

Toledo podrá poner de excusa al fenómeno de El Niño si quiere o recurrir a sus amigos de Stanford para que escriban otra carta patética en su defensa, pero no podrá ocultar que de todos los casos que se les sigue a los expresidentes peruanos acusados de corrupción, el suyo es el más sólido y el que compromete el soborno más alto de todos los pagados por Odebrecht en la región.

Según Jorge Barata, se le entregaron US$35 millones a cambio de la adjudicación de los tramos 2 y 3 de la carretera Interoceánica. En el 2006, seis ‘offshore’ controladas por Odebrecht empezaron a transferir el dinero a tres empresas del israelí Josef Maiman. Fueron entre tres y cuatro entregas por año hasta el 2010. El brasileño cuenta que en ese lapso hubo una demora y Toledo se quejó pronunciando la famosa frase: “Barata, ¡paga carajo!”. Maiman se encargó de que todo llegara a dos cuentas ‘offshore’ que personas cercanas a Toledo abrieron en Costa Rica y estas a su vez le transfirieron el dinero a Ecoteva, la sociedad fundada por su suegra.

La ruta del soborno está clara y los testimonios son contundentes. Se acabó el cuento de las hipotecas y propiedades pagadas con una indemnización que habría recibido su suegra por haber sido víctima del Holocausto nazi y se acabaron las teorías conspirativas de una persecución política.

Toledo tendrá ahora que responder a la justicia por todas estas evidencias. Triste final para alguien que representó la esperanza de un cambio frente al régimen corrupto de Fujimori, pero terminó eligiendo un camino retorcido, de total desvergüenza, traicionando la confianza que alguna vez una mayoría de peruanos le confió. Fernando Vivas resumió hace un tiempo su carrera política en tres palabras: “Vino, venció y coimeó”.


Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada es el director periodístico de El Comercio