El alma insomne, por Alfredo Bullard
El alma insomne, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

“Cuánta pena contiene un recuerdo, olvidando las penas se calma, el olvido es el sueño del alma, pero mi alma no puede dormir”. Es parte de la letra de “El cisne”, del grupo musical Savia Andina.

Una bella canción. Y lo es no solo por expresar ese lamento andino típico de la música tocada con quena y zampoña, sino por su capacidad de reflejar nuestra constante incapacidad para olvidar.

No uso “olvido” como sinónimo de enterrar malos recuerdos. Lo uso como la capacidad de superarlos, de aprender de lo que hicimos y evitar los mismos errores. No es olvido de negación complaciente, sino de perdón mutuo y propósito de enmienda. Olvidar es, paradójicamente, recuerdo constructivo.

“Magallanes”, la extraordinaria película de Salvador del Solar, trajo, de manera ineludible, el recuerdo de “El cisne” y esa negación a redimirnos tan propia de los peruanos. La culpa es la protagonista principal. Todos los personajes la llevan a cuestas. Los recuerdos de una niña abusada y violada, de asesinatos y torturas, de violencia brutal exigen una redención que nadie sabe cómo alcanzar.

Magallanes, un ex combatiente en el Ayacucho azotado por el terrorismo, quiere encontrar la redención en la venganza del “vigilante”, del vengador anónimo que cree que hacer justicia lo autoriza a romper la ley. Confunde, melancólicamente, culpa, amor y deseo compulsivo de ser castigado. Su compañero de armas (excepcionalmente interpretado por Bruno Odar) cree que la logrará autojustificándose por haber luchado contra un enemigo que merecía su brutalidad. El coronel la busca en la complicidad de su demencia senil, que traslada la culpa a su hijo, un abogado frívolo que cree que la redención se logra pagando dinero.

Y Celina, la víctima (en la mejor actuación de Magaly Solier), la busca en su esfuerzo fallido de reconstruir su vida, de tener su negocio. Pero duró hasta que los intentos de redención de los demás la invaden para frustrar su esfuerzo por olvidar.

Todos, a su manera, son víctimas de la culpa. De la propia y la ajena. De la que te convierte en responsable y de la que te convierte en víctima. De esa que niega la reconciliación.

Es notable la escena en que el quechua es usado metafóricamente para expresar la incapacidad de  diálogo, mostrando que, sin que el espectador entienda qué se dice, entienda qué se siente: una rabia acumulada, una frustración, incomprendida, un alma que reclama porque no se le deja dormir.

Confieso que siento un orgullo particular por el trabajo de Salvador. Fue mi alumno en la Facultad de Derecho, mi practicante en un estudio de abogados y, sobre todo, un buen amigo. Para suerte del arte, dejó la abogacía (el personaje del hijo del coronel parece explicar por qué). Pero no oculta en su película su visión del derecho: un sistema irrelevante para definir qué es justo y qué es injusto. La justicia es un accidente que ocurre pocas veces. La ley no persigue a quien violó a una niña durante la lucha antisubversiva. Para eso el derecho es intrascendente.

Hay en “Magallanes” otro lugar común en el cine peruano: la culpa de los terroristas no aparece. Tampoco está en “La boca del lobo” ni en “Días de Santiago” ni en la “Teta asustada”. El terrorismo (omnipresente) no tiene personaje “conflictuado” ni por la culpa ni por la redención. No hay introspección ni proceso emocional de terroristas. Somos  privados de saber que sienten. Permanecen, como en la época del terror, invisibles como si el miedo a verlos y escucharlos siguiera  vivo.

No es una crítica. El director no está obligado a alejarse de su subjetividad y la perspectiva que quiere transmitir. Por eso es arte y no noticiero ni documental. Pero es llamativo como lugar común.

Un dicho popular dice que el perdón es la venganza de los buenos. De eso trata “Magallanes”: de lo escasa que parece ser la bondad, a pesar de lo devastador que es el perdón para la maldad.