El amor en los tiempos de cólera, por Alfredo Bullard
El amor en los tiempos de cólera, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

Lo más asombroso del realismo mágico es que es superado por la realidad. Gabriel García Márquez dijo que muchas veces no podía usar hechos reales en sus novelas porque eran demasiado irreales para ser creíbles.

En el cine, el teatro y la literatura el amor suele desatar cólera. Pero son los amores imposibles, los amores increíbles frente las circunstancias, los que desafían a la ira y la superan, los que se vuelven inmortales: Romeo y Julieta, Rick Blaine e Ilsa Lund en “Casablanca” o Florentino Ariza y Fermina Daza en “El amor en los tiempos del cólera”.

Óscar Ugarteche y Fidel Aroche se casaron en México, de acuerdo a las leyes de ese país. Una jueza acaba de ordenar al Reniec que inscriba su matrimonio. La historia de Óscar y Fidel continuará. Pueden perder en las siguientes instancias (de hecho es probable que suceda). Los han insultado, cuestionado, maltratado. Han desatado cólera.

Pero no importa. Así se escriben las historias de amor. No creo que valgan por tener final feliz, sino por el esfuerzo de llegar a tenerlo. Finalmente, la felicidad no es un estado sino una actitud.

Como se dice en “El amor en los tiempos del cólera”: “Lo más absurdo de la situación de ambos era que nunca parecieron tan felices en público como en aquellos años de infortunio. Pues en realidad fueron los años de sus victorias mayores sobre la hostilidad soterrada de un medio que no se resignaba a admitirlos como eran: distintos y novedosos, y por tanto transgresores del orden tradicional”.

Y es que el amor (el verdadero) no discrimina. Pero sí es discriminado. Uno se enamora de quien se enamora. Que a los demás no les guste es un problema distinto. 

El derecho a amar a quien se quiera, como se quiera y donde uno quiera no se ha definido nunca en un solo caso ni por un hecho único. Desde la limitación de los derechos de las mujeres a casarse con quien quisieran, las prohibiciones a los matrimonios interraciales o entre personas de distintas religiones, o el matrimonio entre personas del mismo sexo, el avance del derecho a amar ha sido de a pasos, cortos pero sucesivos. Ha estado lleno de derrotas y de pequeñas victorias, la mayoría de ellas parciales y de alcance limitado. 

La intolerancia es un enemigo enorme, constante, hostil, usualmente malvado. Pero no es invencible y, usualmente, es vencido. Lo malo es que toma tiempo. Lo bueno es que esas victorias son las que valen la pena.

El mundo ya se mueve en un sentido. Estamos interrelacionados con ese mundo. El número de países que admiten el matrimonio entre personas del mismo sexo va en aumento, y no va a retroceder. Peruanos irán a casarse a esos lugares y personas casadas en esos lugares vendrán al Perú. Cada vez serán más y nos mostrarán más claramente la inconsistencia de ir contra la corriente: padres o madres de un mismo sexo que no pueden inscribir a sus hijos por sus nombres legales porque un niño no puede llevar los apellidos de dos padres o dos madres, representantes diplomáticos que exigen a cancillería que su cónyuge, de su mismo sexo, reciba los beneficios que corresponden a los cónyuges de los diplomáticos, inscripción de transferencias de bienes por sucesión entre cónyuges del mismo sexo, derecho a decidir sobre el tratamiento de un cónyuge o sobre la donación de sus órganos y sigue una larga lista de etcéteras.

El sistema legal no podrá mantener tanta irracionalidad intolerante para siempre. Tarde o temprano los muros de la intolerancia cederán. No de golpe. Será poco a poco, ladrillo por ladrillo. Serán momentos difíciles para una lucha aún joven. Pero como dice García Márquez en el libro citado, “Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas […] que estas cosas no duran toda la vida”. Finalmente, “El amor se hace más grande y noble en la calamidad”.

Y los encolerizados que atacaron e insultaron serán juzgados por la historia y recordados como merecen ser recordados: “Cuando los encuentre, fíjese bien […], suelen tener arena en el corazón”.