La responsabilidad principal es del keikismo, que arremetió contra PPK desde el primer día. (Fotos: El Comercio/Andina)
La responsabilidad principal es del keikismo, que arremetió contra PPK desde el primer día. (Fotos: El Comercio/Andina)
Fernando Rospigliosi

Los dos protagonistas del violento conflicto político de principio de año están prácticamente aniquilados hoy día. El presidente (PPK) renunció antes de que lo vaquen y carece completamente de influencia y poder. Y el keikismo está en ruinas, con su lideresa totalmente desacreditada y la mayoría formal que conservan en el desgranándose, sometida al gobierno y sin posibilidades de recobrar su antigua fuerza.

Ambos cayeron víctimas de sus propios errores. La responsabilidad principal es del keikismo, que arremetió contra PPK desde el primer día. Pero PPK fue incapaz de enfrentar esos ataques con decisión, firmeza e imaginación.

convino subrepticiamente con el keikismo, según se supo después, el reemplazo de PPK y se suponía que trabajarían concertadamente el resto del período. Vizcarra no tenía partido ni bancada parlamentaria y el keikismo no podía hostilizarlo, como hizo con PPK, porque ellos lo habían puesto en la presidencia y la opinión pública estaba harta de la pelea entre el gobierno y el Congreso, que no era motivada por diferencias importantes de políticas públicas sino por las pasiones y los mezquinos intereses sectarios.

No es cierto, como se dice ahora, que el ataque del presidente Martín Vizcarra al Congreso, que empezó en Fiestas Patrias, fue una respuesta a un comportamiento agresivo de la mayoría keikista. Entre el 23 de marzo y el 28 de julio no hubo ninguna acción provocadora del Parlamento contra el gobierno, como sí ocurrió muchas veces con PPK.

Luego de desatadas las hostilidades, Vizcarra trató de justificarse aludiendo a una reunión en la que supuestamente trató de imponerle algunas condiciones. Ella lo ha negado. No obstante, es probable que sí hayan tratado de presionarlo en algún sentido. Es poco creíble que la prepotencia con la que había actuado el keikismo hasta ese momento se hubiera desvanecido repentinamente.

Pero también es verdad que aunque hubieran intentado obligarlo a algo, si Vizcarra resistía, no estaban en condiciones de imponérselo por los motivos señalados.

En realidad, todo indica que Vizcarra recurrió a una audaz iniciativa –atacar al Congreso y a la clase política– para frenar la abrupta caída de su popularidad que se explica por su deficiente gestión. La encuesta de GfK de junio muestra una mala calificación del gobierno en los 14 temas sectoriales que miden. Y en el mes de julio la evaluación empeora aún más. Según esa encuestadora, la aprobación de Vizcarra se había derrumbado a 27% en julio (desde 52% en abril) y su desaprobación se había empinado a 58%.

Paradójicamente, Vizcarra recurrió a la misma treta que usó Alberto Fujimori y ha tenido tanto éxito como él atacando a los repudiados políticos y a las instituciones. No obstante, Fujimori tenía en su haber el freno a la hiperinflación heredada de Alan García y el inicio de la recuperación económica, así como la derrota del terrorismo (aunque esto no fue obra suya sino de un equipo policial preexistente).

Vizcarra no puede exhibir ningún logro comparable. En verdad, no puede mostrar ningún resultado de ningún tipo, ni en economía, ni en seguridad ciudadana, ni en salud, ni en educación, ni en gestión pública. Y tampoco parece interesado en conseguirlo, si se observa la gris medianía de su gabinete. Y, al igual que Fujimori, es populista y antiinstitucional.

Su única opción parece ser continuar con atrevidas iniciativas políticas que golpeen al Congreso y los partidos, y usar la lucha contra la corrupción como un arma para debilitar a sus adversarios, respaldado por la coalición antifujimorista, en la cual se incluyen notorios sinvergüenzas y gente involucrada en la corrupción. Uno de los objetivos claves de esa estrategia es capturar el Ministerio Público, que se convertiría en un instrumento poderosísimo en sus manos. Ahora la coalición solamente controla una parte del mismo. (Esa facción, dicho sea de paso, no investigará a PPK y su jefe de campaña del 2016, Martín Vizcarra, por los aportantes falsos que ha revelado El Comercio, como lo hacen con Fujimori).

Todo indica que el próximo año el presidente continuará en la misma línea de ataque a los políticos y las instituciones.

Otrosí digo. La democracia está en retroceso y bajo asedio en el mundo. La ilusión de hace un cuarto de siglo de que la democracia se había impuesto definitivamente después del derrumbe del comunismo, su principal enemigo de aquel entonces, se ha evaporado. Todos coinciden en que el populismo es ahora un peligro inminente. Cuatro libros publicados este año analizan, desde distintos ángulos, el problema: “El pueblo contra la democracia”, de Yascha Mounk; “Cómo mueren las democracias”, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt; “Fascismo, una advertencia”, de Madeleine Albright; y “El pueblo soy yo”, de Enrique Krauze.