Hugo Coya

Las crónicas escandinavas de la Edad Media hablaban acerca de un terrorífico monstruo marino del tamaño de una isla, que se tragaba hombres, barcos y hasta ballenas. Según ellas, habitaba entre los mares de Noruega e Islandia, y fue bautizado como (animal retorcido) a partir del siglo XVIII.

Incluso el obispo de la ciudad de Bergen, Erik Ludvigse Pontoppidan, sostenía que aquel ser maligno emergía a la superficie “cuando es calentado por el fuego del infierno” y podía enturbiar por completo las aguas de miles de kilómetros, algo que haría suponer que se refiriese a una especie de calamar gigante.

Leyenda, al fin y al cabo, que algunos vinculan con el mito griego de Perseo y su aventura por los confines del mundo en busca de la cabeza de la gorgona Medusa, personaje al que se le atribuía un carácter femenino, cabellos de serpiente y cuya mirada petrificaba.

Pero luego el kraken extendió sus dominios hasta volverse también el símil perfecto ante un líder disruptivo que aparece de pronto y arrasa con todo cuando las turbulentas aguas de la política derivan en caóticas. Para ello, no es necesario mirar tan atrás ni tan lejos.

En un país donde cada noche millones de peruanos se van a la cama con hambre mientras los políticos se debaten entre la rapiña y su ambición por el poder, las posibilidades de que una figura como se transforme en el temido kraken nacional no resultan descabelladas. El Perú es una fuente permanente de locuras inagotables.

Al parecer, él también lo sabe y la estrategia que viene adoptando desde que abandonó el presidio de Ancón II se encamina en ese sentido.

Con la sangre en el ojo que lo mueve el rencor de pasar 17 años en la cárcel por encabezar una asonada donde se asesinó a cuatro policías, comenzó a disparar su arsenal verbal a fin de cautivar a tanto peruano harto del aparente callejón sin salida en que nos encontramos hace buen tiempo.

En su tarea por demostrar que no pretende apenas ser parte de nuestro pasado, sino también de nuestro futuro, Antauro ha vuelto a vestir uniforme militar, a pesar de estar expresamente prohibido por ley.

Proclama otra vez la perorata acerca de la superioridad de una presunta “raza cobriza” por encima de otras etnias; enrostra la larga lista de políticos en problemas con la justicia; promueve la xenofobia hacia los venezolanos y se declara inocente de los delitos por los que fue condenado.

Más allá de incurrir en la manida táctica de la victimización, es evidente que busca dotarse de una armadura, de un escudo, que lo exhiba como el salvador de la patria ante quienes se encuentran marcados por el pillaje, las componendas, los sucesivos escándalos de corrupción.

Así, durante su regreso el fin de semana a Andahuaylas, desfiló desafiante en hombros frente a la comisaría que asaltó con sus huestes, realizó una concurrida manifestación y anunció que esa ciudad de Apurímac será la base para intentar adueñarse de la campaña “que se vayan todos”, lanzada antes por el expresidente Francisco Sagasti y seguida luego por otros dirigentes políticos.

“La república criolla de todos estos presidentes ladrones debe agonizar rápidamente y nosotros, el pueblo profundo, donde se gestará la segunda república”, advierte. Es la vieja táctica del “yo” versus “ellos”.

Solo le faltó atacar a los homosexuales y amenazar con fusilarlos, al igual que lo hizo en el pasado para completar su característico mensaje plagado de prejuicio y truculencia.

¿Suena familiar? No, no es casualidad. Basta comparar los discursos de Adolf Hitler, Benito Mussolini o cualquiera de sus émulos. La propensión para repetirse de los aspirantes a dictadores o de supuestos ‘iluminados’ conoce razones que la razón desconoce.

Apuesta osada, pero también obvia: un agravamiento de la crisis puede ayudarle a extender dominios hacia gente seducida por la alternativa de que un autoritarismo desembozado sería una salida viable ante el evidente divorcio entre la política y la sociedad que no ha dejado títere con cabeza entre los caciques habituales.

Bajo esa óptica, Antauro siente que posee una oportunidad. La bien aceitada máquina de reservistas de las fuerzas armadas que lo arropa y la estridencia de una retórica extremista desata entre sus seguidores una ovación y genuflexión monolítica para permitirle soñar con una presidencia de la República a la cual ya anunció postulará.

Y el proceso comienza a darle sus primeros frutos. No en vano la encuestadora CPI, en su intento por buscar titulares, lo incluye en el tercer lugar de los posibles aspirantes a suceder a Pedro Castillo.

Pero ningún proceso comienza desde cero. El deterioro es responsabilidad de nuestros políticos desde hace más de un lustro, relacionado con sus delirios y fechorías de los que somos víctimas y testigos.

Antauro ha diseñado presuntamente bien su plan durante el confinamiento, concluyó que el cristal ya se rompió hace buen tiempo y que difícilmente podrá ser restaurado porque, además, no se observa entre los líderes voluntad alguna por asumir responsabilidades ni propósito de enmienda.

Con el nivel de impudicia que soportamos, él está delimitando así la cancha con miras a transformarse en ese temible cefalópodo, el kraken, como ya lo vienen llamando en las redes sociales también por la película “Furia de titanes”, aquel capaz de arrasar esa vergüenza que constituye ahora la política y con posibles efectos devastadores para lo que nos queda de democracia. ¿Tendrá éxito? El tiempo lo dirá.

Hugo Coya es periodista