5 de abril: La marcha contra Keiko Fujimori en Trujillo - 1
5 de abril: La marcha contra Keiko Fujimori en Trujillo - 1
Fernando Rospigliosi

El enfrentamiento implacable entre aprismo y antiaprismo caracterizó la política peruana durante más de medio siglo. Y ha sido sucedido, sin interrupción, por el enfrentamiento entre fujimorismo y antifujimorismo.

Este último ha ganado tres de las últimas cuatro elecciones: 2001 con Alejandro Toledo, 2011 con Ollanta Humala y 2016 con Pedro Pablo Kuczynski (). No importa que los rivales del fujimorismo se presenten como izquierdistas o derechistas, liberales o conservadores. Lo que les interesa a los antifujimoristas es evitar que vuelvan a gobernar.

El argumento tradicionalmente utilizado por los antifujimoristas es que rechazan a sus antagonistas sobre todo por razones éticas y morales –además de las políticas–, dado que el gobierno de fue corrupto y violador de los derechos humanos, y sus herederos conservarían las mismas características.

Por ejemplo, típicamente, un tuit reciente dice: “Cómo que van a votar por Urresti por antifujimorista? Uno de los pilares del antifujimorismo es la no impunidad y el respeto a las víctimas” (Jimena Ledgard, 1/8/18).

Ese es en realidad un argumento hipócrita y falso. En el 2011 el antifujimorismo se volcó masivamente a favor de Ollanta Humala, contra el que había ya en ese momento abundantes evidencias sobre su conducta en Madre Mía cuando se hacía llamar capitán ‘Carlos’. Y esas investigaciones que mostraban, para los autores de la indagación, que era un violador de los derechos humanos las había divulgado la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH), una organización insospechable de fujimorismo. Y la misma CNDDHH había denunciado que Humala trató de comprar y amedrentar testigos para obstruir la justicia y evitar las sanciones penales.

También en el 2011 se conocían las oscuras maniobras de Nadine Heredia para justificar una prosperidad inexplicable con el sueldo de un comandante retirado del Ejército, los más que sospechosos contratos con Martín Belaunde Lossio y otras opacas maniobras. Y antes de la elección, el periodista Pablo O’Brien publicó varios documentados reportajes en “Perú.21” revelando que Humala cobraba cupos a los narcotraficantes en Madre Mía, práctica frecuente en el Alto Huallaga en esa época.

Nada de eso impidió al antifujimorismo apoyar entusiastamente a Humala. Y seguir respaldándolo cuando nombró ministro del Interior a Daniel Urresti, acusado por la fiscalía del asesinato del periodista de “Caretas” Hugo Bustíos.

Otra monumental incongruencia es el apoyo masivo del antifujimorismo a Kenji Fujimori, que logró el indulto a su padre condenado por violaciones a los DD.HH. y corrupción, para oponerse a .

Por supuesto, cualquiera tiene derecho a repudiar al fujimorismo o a otro grupo político. Pero es falaz escudarse en una supuesta posición principista para fundamentar su ojeriza. El antiaprismo se justificó al principio porque presuntamente el Apra era izquierdista y revolucionaria, pero luego se basaba en lo contrario, que era oligárquica y proimperialista.

El Apra hizo barbaridades que alimentaron el antiaprismo. Su comportamiento irracional en el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero (1945-48) y en el primero de Fernando Belaunde (1963-68) contribuyó decisivamente a crear el ambiente propicio para los golpes militares que derribaron a esos presidentes democráticos, y llevaron al poder a militares que persiguieron al aprismo y frustraron sus posibilidades electorales, además de alimentar –con no poca razón– el antiaprismo.

De manera similar, el proceder del fujimorismo en el último tiempo ha avivado las llamas del antifujimorismo. Su negativa a reconocer como legítimo el triunfo de PPK, su hostilidad manifiesta desde el primer día de gobierno hasta la renuncia ante la inminente vacancia, el comportamiento arrogante y prepotente de varios de sus congresistas y de la bancada en su conjunto, la protección a algunos de sus parlamentarios acusados de faltas y delitos y un largo etcétera. Y como cereza del pastel, la aprobación de la ley Mulder entendida como represalia contra los medios de comunicación.

Paradójicamente, el fujimorismo, que nació como tal con el autogolpe del 5 de abril de 1992 contra un Congreso desacreditado y repudiado, está recibiendo hoy día de su propia medicina y son víctimas de un presidente que usa los mismos argumentos populistas para aplastarlos. Curiosamente también, muchos de los que apoyaron irresponsablemente al antiinstitucionalista candidato Fujimori en 1990 –y que nunca reconocieron su error después ni reflexionaron sobre eso– hoy respaldan con la misma imprudencia y precipitación a un presidente que posiblemente tiene similar apego a la democracia y las instituciones que Fujimori.

Finalmente, cuando el antifujimorismo considera a Fuerza Popular como una banda similar a los Cuellos Blancos del Puerto o los Wachiturros de Tumán, la consecuencia es tratar de desmantelar esa organización criminal y enviar a sus cabecillas a la cárcel. Así, la política transformada no en una contienda en que se derrota a un adversario sino en que se destruye a un enemigo está destinada a convertir al Perú en un perenne campo de batalla.