"Apuntes de abril", por Mariella Balbi
"Apuntes de abril", por Mariella Balbi
Mariella Balbi

Vertiginoso abril que nos explota en la cara y en la conciencia de que estamos ante una pandemia en el tránsito nacional. Parece imposible de detener. Cada día mueren cerca de 10 personas por accidentes de tránsito y la indiferencia gubernamental sigue ahí, maciza, decidida.

El caos en el transporte nos hace reparar que, al igual que otros sectores productivos y que generan puestos de trabajo, este sector vive, baila y sueña en la más potente informalidad. Si Gamarra lo era y lo es, el hecho de exportar o vincularse a empresas formales ha provocado cierto orden. Incluso se ve en sus instalaciones, en la acción municipal, en el interés de algunos por el diseño.

En nuestro transporte no atisba ni una brizna de buenos modales. El Metropolitano que sirve a los usuarios es inconstante. A veces se cancelan rutas sin aviso y en función de la rentabilidad más ajustada de las empresas. O los paraderos se saturan porque son estrechos. El pasajero, urbano e interprovincial, es el verdadero peruano oprimido del que habla nuestro himno nacional. 

Si protesta en el ‘micro’ por el exceso de velocidad, pueden bajarlo o simplemente ignorarlo. En el transporte urbano o provincial, el viajar es una necesidad. Tampoco se valora el tiempo que pierde. Ir de Lince a San Juan de Lurigancho en hora punta fácil puede tomar dos horas y media. Y así pasa la vida. Lo grave de ello es que el ciudadano está resignado. Claro, qué le queda. Amargarse no es un buen negocio.

La Defensoría del Pueblo ha dado una alerta gorda y grande. No hay Plan de Seguridad Vial. ¡Y desde hace tres años! La razón es que el Ministerio de Transportes y Comunicaciones no lo ha actualizado. Este ente ministerial es harto silencioso en general. En particular, para el transporte público es ciego, sordo y mudo.

En el caso de Lima lo que vemos es que entre Transportes y Comunicaciones y la Municipalidad de Lima se echan la pelota. No cancelan los brevetes de los malos transportistas porque el municipio no le entrega la buena información. Lo cierto es que poco pasa.

Los conductores y sus empresas también se tiran la responsabilidad de los accidentes. La ley está anémica y se deja de lado sin problema. A ello colabora la policía y su proclividad a recibir coimas. El alcohol hace también lo suyo y la pandemia de accidentes de tránsito y muertes continúa y continuará.

El debate, que parece interesante y pertinente, sobre si se debe crear una superintendencia de transporte público y tránsito, en realidad, nos saca del foco donde debe estar nuestra atención: hacer cumplir la ley y que cada entidad asuma sus responsabilidades cabalmente.

La falta de seguridad ciudadana es otra galleta y gorda. Las balas que transitan por el país pueden alcanzar a cualquiera. Pero esta es una queja añeja lamentablemente y que tampoco tiene visos de solución. Ni sistema de comunicación tetra, ni más policías ni un plan que sea eficaz. Todo se reduce a sálvese quien pueda.