¿En aras de un bien mayor?, por Alfredo Bullard
¿En aras de un bien mayor?, por Alfredo Bullard
Redacción EC

Así se calificaba en la serie de televisión “El Superagente 86” a Maxwell Smart, el torpe espía que nos hizo reír hasta el cansancio en los años setenta. Con zapatófono en mano (un zapato teléfono en las épocas que no existían celulares), Smart era incapaz de hacer nada bien: se disfrazaba sin engañar a nadie, sus armas secretas nunca funcionaban y solo la suerte lo conducía a un final feliz en cada capítulo.

Pero las series de espías en el Perú han superado con creces la comicidad del Superagente 86. La protagoniza la serie “Espionaje democrático” en el que la gracia es no dejar peruano sin ser espiado. Un espionaje para las masas, sin importar raza, género o credo religioso o político. Políticos, empresarios, artistas, periodistas, funcionarios públicos, parientes de famosos y de no tan famosos. Ahorita salen futbolistas y vedettes. Si usted no está en la lista de espiados puede iniciar ya su acción de amparo para reclamar su derecho a no ser discriminado.

Con una torpeza digna de una comedia (trágica) de situaciones la DINI ha dejado evidencia del uso ilegal de nuestros impuestos (que deberían ser usados en educación, infraestructura o mejorar el ) en armar expedientes chismográficos de los aliados y rivales del gobierno de turno.

Otra exitosa serie es protagonizada por la Contraloría General de la República junto con la y la Sunat.  Su nombre: “Espías legales”. Toda una novedad. En los capítulos iniciales luchan denodadamente por legalizar la violación del secreto bancario. Dicen que en los siguientes capítulos vienen intervenciones telefónicas legales, allanamiento legal de domicilio, secuestro legal y, al final de la temporada, torturas legales. Total, todo vale por combatir al enemigo. En toda guerra siempre hay daños colaterales.

Pero la serie de mayor éxito es “El espía paradójico”. El protagonista es , quien, según el ciclo político, odia y ama a los espías. Un día odia a los espías, pero al día siguiente los ama.

En diversos capítulos sus enemigos aprovechan las propias frases de Humala en su contra, para destornillar de risa a los telespectadores.

Humala sale diciendo: “La respuesta de Chile no satisface la demanda peruana. Hay pruebas”, y alguien le contesta: “La respuesta de Humala sobre la DINI no nos satisface. Hay pruebas”.

“Esperamos las satisfacciones del caso, esto no se va a quedar así”. Alguien le contesta: “Nosotros también estamos esperando las satisfacciones por lo de la DINI, esto no puede quedarse así”.

Ante el “Esperamos que haya una respuesta oficial del gobierno de Chile, porque no dar respuesta, es una respuesta”. Y alguien le contesta: “Igualita a la tuya”.

Lo cierto es que lo gracioso de esta última serie es que si el espionaje es malo (y yo creo que lo es) es malo siempre, sin importar quién lo hace y para qué. Lo de Humala es entonces una gran comedia de un humor negrísimo, en el que están en juego los derechos fundamentales de los ciudadanos. Es como reírse de nuestra desgracia.

La civilización se sustenta en límites irrenunciables llamados  derechos fundamentales. En la base de la privacidad de cada ciudadano (derecho fundamental)  está la división de poderes. Por eso si se quiere “espiar” a alguien, el que lo autoriza debe ser alguien distinto. Pero no basta con que sea distinto. Debe tener un origen distinto. Si la SBS quiere revisar mi cuenta bancaria, tiene que pedírselo a un juez. ¿Que se demora mucho? Pues que se mejore el Poder Judicial. ¿Pero, quitarnos un derecho constitucional? Eso no resiste ningún análisis. Es el mismo argumento que se usa para torturar: el método legal es muy largo. La tortura es más efectiva. Pero eso ya no da risa.