En setiembre del año 2000, poco antes del derrumbe de la dictadura de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, publiqué un libro titulado “El arte del engaño. Las relaciones entre los militares y la prensa”. La idea básica es que los militares tienen una manera peculiar de entender la política, que incluye como aspecto fundamental la necesidad de manejar a la población manipulando la información.
Una dictadura militar izquierdista (1968-80) se apropió de los medios de comunicación y los usó para sus fines. Una dictadura de derecha, con un decisivo componente militar, recurrió a la compra de propietarios de medios y periodistas durante la década de 1990 para desinformar a la población, demoler a sus adversarios y ocultar sus corruptelas.
Hoy día, en pequeña escala y con relativo éxito, un par de militares en el poder aplican el mismo esquema, con la insuperable dificultad que no controlan los medios y tienen que actuar –muy a su pesar, seguramente– en un contexto democrático. Por eso sus avances están destinados al fracaso en un plazo relativamente corto.
El ministro del Interior, Daniel Urresti, ha logrado una significativa popularidad haciendo creer a la población que él encabeza operaciones que obtienen éxitos espectaculares. En realidad, lo que hace es exagerar y falsificar hasta el absurdo las cifras de las operaciones policiales, o montarse sobre trabajos eficientes que realiza la policía y presentarlos como éxitos propios. Últimamente ha mostrado una nueva línea de acción, tratar de desacreditar a los adversarios políticos y encubrir a los aliados. En el supuesto caso de la media tonelada de cocaína encontrada en un vehículo del candidato fujimorista en Barranca, montó una farsa –como se demostró en esta columna el domingo pasado– que fue propalada por todos los medios, pero al ser desenmascarada se ha convertido en un bumerán que lo ha puesto en ridículo.
En cualquier país razonablemente democrático eso hubiera determinado su inmediato despido. Pero aquí, su compañero de armas, el presidente Ollanta Humala, no solo lo ha respaldado sino que ha persistido en el agravio al candidato fujimorista. Las revelaciones del periodista Américo Zambrano en la revista “Caretas” y luego en entrevistas a otros medios, muestran la otra cara de la medalla, el encubrimiento de los aliados. “Caretas” ha revelado un encuentro entre el congresista toledista José León y el narcotraficante mexicano que era inquilino de su casa en Huanchaco, Trujillo, desde donde se organizaba el acopio y exportación de toneladas de cocaína.
El asunto es que cuando se descubre a esa banda, León negó en todos los tonos conocer al inquilino. Pero un video filmado por la policía que vigilaba al narco, lo muestra conversando con él en la calle y luego en la casa donde permaneció hora y media. Descubierto, León ha tenido que admitir que habló varias veces con el mexicano.
El contrato de arrendamiento se firmó con la empleada de limpieza de la casa, cosa que debió llamar la atención de León que, como se sabe ahora, conocía perfectamente que el inquilino era el mexicano. Lo interesante es que, cuando se realiza la operación, Urresti se apresura a exculpar públicamente a León (¡qué diferencia con el candidato fujimorista inculpado sin evidencia alguna!) y hace, según Zambrano, varias cosas. Dispone que el equipo antidrogas regrese de Trujillo a Lima inmediatamente, antes de terminar las investigaciones. Y les ordena que no difundan los videos de León y lo excluyan de la investigación.
Indignados con ese comportamiento, algunos policías –no los jefes– le entregaron a Zambrano el video y le contaron lo que estaba ocurriendo. Entre otras cosas, ha relatado el periodista, que policías de la comisaría de Huanchaco sospecharon que algo se cocinaba en la casa de León –¡un mexicano raro en Trujillo!– pero recibieron una llamada del Congreso para que lo dejen en paz. Por supuesto, sería una urrestiada decir a partir de esto que León es un narcocongresista. Lo que sí es claro es que León mintió sobre su relación con el mexicano y que sabía más de lo que admitió al principio. Eso amerita una investigación. Si se compara Huanchaco con Barranca, no sólo había 178 veces más cocaína (según las cifras oficiales) en el primero, sino el involucramiento del aliado es mucho más evidente que el del adversario.