De audios, mentiras y corrupción, por Hugo Coya
De audios, mentiras y corrupción, por Hugo Coya
Hugo Coya

El escándalo desatado por un ahora ex consejero presidencial, acusado de aprovecharse de su cercanía con el poder para tramar oscuros negocios, confirma que el Perú ha sido y sigue siendo una nación pródiga en casos de corrupción, tal como lo retrató, hace más de un siglo, Manuel González Prada con su célebre frase: “Donde se pone el dedo, salta la pus”. 

Es cierto que mucho antes y mucho después de González Prada, la corrupción ha escrito abultados y vergonzosos capítulos en el país. Si bien los tiempos en muchos aspectos han cambiado, a luz de los audios del doctor Carlos Moreno, nada nuevo parece haberse asomado bajo el sol para combatir de manera eficaz a esta lacra. Los rostros de los protagonistas cambian, pero las situaciones se repiten una y otra vez, de manera clamorosa. 

Quizás la única diferencia entre los tiempos del autor de “Pájinas libres” sea que ahora proliferan audios o videos delatores, los cuales permiten conocer con mayor exactitud la dimensión de las tramas en que se encuentran envueltos sus artífices. 

El micrófono, la cámara y el celular indiscretos nos convierten ahora en testigos de las corruptelas y nos permiten iniciar luego la fase de ciudadanos indignados ante el tamaño del delito, su recurrencia o laxitud en el castigo. Basta hacer un rápido recuento de hechos similares recientes para darnos una idea de que navegamos por aguas pantanosas: ¿Cómo olvidar la serie de audios en los que César Almeyda, el ex asesor del entonces presidente Alejandro Toledo, ofrecía prebendas al general montesinista Óscar Villanueva ante el Poder Judicial a cambio de dinero? ¿Qué persona medianamente informada no podría rememorar los célebres ‘petroaudios’ que la opinión pública conoció el 5 de octubre del 2008, en los que un ex ministro del primer gobierno del ex presidente Alan García se ufanaba con un alto directivo de una empresa estatal de petróleo de haber conseguido lotes para la noruega Discover Petroleum? ¿Podemos olvidar a Martín Belaunde Lossio, el ex jefe de campaña del ex presidente Ollanta Humala, acusado, con audios y videos de por medio, de montar una empresa de fachada para cubrir las actividades ilícitas de una mafia enquistada en Áncash o interceder a favor de empresas constructoras para que se beneficien de millonarios contratos?

Antes que ellos, otro ex asesor presidencial, Vladimiro Montesinos, había refinado el sistema de grabar en grandes planos-secuencia cómo, con el dinero de todos los peruanos, sobornaba, realizaba acuerdos debajo de la mesa y transformaba al país en su botín durante el régimen de Alberto Fujimori. 

¿Casualidad o no? Hoy como ayer, el acusado de ahora ha intentado diluir la gravedad de los hechos registrados en forma sonora denunciando que fue grabado en forma clandestina y asegurando que hubo manipulaciones en aquello que se escucha con total nitidez y sin ningún vestigio de edición.

Al igual que otras personas que bebieron el mismo trago amargo al ser delatadas por audios o videos indiscretos, él nos recuerda, en cada entrevista, su trayectoria profesional intachable, su amor por los desfavorecidos, su perplejidad ante las acusaciones, aunque, a estas alturas, conozcamos que poseía algunos preocupantes antecedentes de su paso por la administración pública. 

Así se pretende tejer un manto de duda sobre los hechos denunciados para hacer más difícil establecer cuál es la verdad (pese a las evidencias), apelando a la existencia de un supuesto complot en su contra. En el pasado, esta estrategia  ha permitido a otras personas salir ilesas de trances semejantes.

Sea como sea, el daño está hecho ante la opinión pública. Golpeó a un gobierno naciente que confió en quien no debía; golpeó a los funcionarios honestos; golpeó a los buenos médicos que aman su profesión y luchan día a día por la vida de sus pacientes; golpeó al país porque refleja que la salud se puede transformar en un sucio negocio y que la basura de la corrupción permanece maloliente debajo de la alfombra.

Si algo se puede aprender de esta traumática experiencia es que las alarmas deben estar siempre encendidas para detectar a tiempo a los corruptos que se enroscan como serpientes dentro o fuera del aparato estatal.

Resulta muy fácil ser general después de la batalla y señalar por qué no se desconfió del sospechoso antes de que se transforme en acusado, apelando a los indicios que existían sobre él. 

Hay que recordar siempre que el corrupto aprovecha cualquier descuido para avizorar aquello sobre lo que las personas honestas siquiera desconfían, valiéndose de la ingenuidad, la escasa memoria o el olfato poco aguzado para no percibir que detrás de alguien que se presenta con supuestas credenciales impecables se esconde un pícaro que ofrece con locuacidad mantener la casa limpia y reluciente para luego llevarse con rapidez o de a pocos hasta los cimientos a cuestas. 

Las recientes denuncias indignan y avergüenzan no solo por lo legal o ilegal que el Poder Judicial deberá sopesar, sino porque revelan la peor enfermedad que aqueja a nuestro sistema de salud: la codicia, el afán de lucro, a costa de las personas más pobres.

Más allá de las acciones inmediatas adoptadas, el combate a la corrupción debería ser permanente y permear a todas las instancias del país, incorporando, por ejemplo, en cursos de las escuelas y universidades, la revisión de algunos de los casos más emblemáticos. Esto permitiría tener siempre como premisa la lucha contra la corrupción. La historia demuestra que las omisiones y la falta de memoria permiten repetir el pasado, construyendo un futuro lleno de viejas novedades.