Baila, elefante, por Hugo Guerra
Baila, elefante, por Hugo Guerra
Hugo Guerra

Tras la investidura de , con insuperable ironía, Raúl Vargas decía en la radio que ahora el reto es cómo hacer que el Estado avance o como conseguir “que baile el elefante”.

Cierto. Pese al desconcertante entusiasmo de alguna banca extranjera, el Perú sigue siendo un paquidermo casi paralizado por el ruido político que acentúa la desconfianza estructural del empresariado.

Pésima música, por ejemplo, en el caso de . Por incapacidad para enfrentar el terrorismo antiminero desde el 2011, es imposible que se reactive durante lo que queda de este régimen la inversión cuprífera de US$1.400 millones. 

El desmanejo es de tal magnitud que cabría preguntarse si el propio gobierno no alimenta la parálisis, porque –ahora como antes en Conga– se restringe a medidas represivas básicas, permitiendo que radicales de izquierda como Pepe Julio Gutiérrez y Jaime de la Cruz mantengan secuestrado el valle de Islay con el argumento falaz de la defensa del agua, a sabiendas que el segundo estudio de impacto ambiental (EIA) considera el uso de agua de mar desalinizada, en La Tapada y Tía María, sin afectar al río Tambo. 

Mandar comisiones ‘negociadoras’ interministeriales y parlamentarias es inconducente frente a las ambiciones políticas de terroristas, a quienes les beneficia que Islay pierda medio millón de soles diarios, mientras las clases escolares están paralizadas y alrededor de 30 mil litros de leche se botan cada día. Si se quiere que baile el elefante, es urgente dictar un régimen de excepción con apoyo del Congreso para restablecer el orden, desenmascarando la patraña de una ‘protesta social’ prepotente que está en contra de los intereses del pueblo al que dicen representar. Conste, además, el pésimo mensaje a toda la minería que aporta el 67% de las exportaciones o 15% del PBI pese a haberse contraído ya un 8% en los últimos cuatro años.

El gobierno ni siquiera mide las consecuencias de su pésima gestión, porque si hoy pierde control en Tía María, arriesga política y estratégicamente toda la región; zona clave –en la cual hay muchos intereses extranjeros interactuantes– por la que discurren la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA), los ejes interoceánico central y Perú-Brasil-Bolivia, y los puertos de Ilo, Marcona y Matarani.

¿A qué ritmo puede bailar, entonces, el elefante-Estado? Con un Niño en ciernes, es falso que este será un ‘estupendo’ año pesquero; Toromocho y Antamina registran retrasos; los datos sobre el crecimiento del PBI decepcionan generando desconfianza en los inversionistas; y el ruido político es alentado, de gratis, con las amenazas del oficialismo de cerrar el Congreso si no se atiende su caprichoso pedido de facultades legislativas a solo 11 meses de las elecciones generales.

Hasta hoy lo único concreto ha sido la presentación de un paquete que subirá en algo la inversión pública e inyectará dinero para el consumo de los peruanos, pero más nada. Es decir, se le ha dado un puñado de maní a un paquidermo que quizá atine a dar tres pasos, pero sin ninguna posibilidad de bailar realmente.

¡Felizmente estamos ya en la víspera para que termine la pesadilla humalista!