Richard Webb

Se vislumbraba el problema, pero las lo han comprobado con números. Candidatos a cargos de liderazgo ‘como cancha’ sin compromiso partidario o apoyo leal al líder, “no se oye padre”. Se multiplican los partidos nacionales y regionales, pero hasta sus mismos líderes se cambian de camiseta sin titubear. Al mismo tiempo, seguimos haciendo alarde de una tradición colaborativa, recordando las comunidades en las áreas rurales, y también los comités de defensa y los comedores populares en los pueblos jóvenes.

Pero la experiencia de la reforma agraria puso evidencia sobre la mesa en cuanto a la vigencia de esa tradición, creando 659 empresas cooperativas y otras formas de empresa comunal en la agricultura. Y se sumaron a ese experimento rural las empresas “de propiedad social” en los sectores de manufactura y minería, siendo una versión menos radical que la del campo, pero que apostaba igualmente a un futuro de esfuerzo colectivo y retornos compartidos. Fue una extraordinaria apuesta al colectivismo y a un futuro menos individualista y más comunitario.

Buscando entender lo sucedido en el campo, Giovanni Bonfiglio dirigió un estudio para visitar y entrevistar a dirigentes y socios de las cooperativas creadas por la reforma agraria. Visitó a 155 de las empresas, pero solo dos seguían activas; casi todas habían decidido volverse empresas privadas. Hoy se sigue buscando la en el campo, aunque de forma voluntaria. Una apuesta muy plausible para lograr la cooperación y trabajo conjunto, que son especialmente necesarios en el campo, ha consistido en una iniciativa académica por parte de la cooperativa alpaquera Coopecan en la Sierra Sur cuyo objetivo es la creación de una escuela para preparar presidentes de cooperativas.

Repetidas veces se había observado que el fracaso de las cooperativas se podía atribuir a la incompetencia o falta de preparación gerencial de sus directivos principales, justificando así la pérdida de confianza de los socios y la eventual decisión de retirarse para bailar con pañuelo propio. El proyecto de Coopecan es relativamente nuevo y sin duda será necesario darle un tiempo al experimento, pero el concepto es muy plausible si se acepta que los agricultores son gente racional y que su interés propio se une tanto a la calidad de gestión en el trabajo colectivo como a la disciplina propia que es necesario observar. La creciente y lucrativa participación en negocios conectados a mercados distantes dependerá cada día más de la calidad de esa gestión colectiva. Al final, la modernidad podría resultar siendo el mejor amigo de la cooperación.

Paralelamente, la evolución de las comunidades rurales sugiere una creciente valoración de la cooperación. El número de comunidades, por lo menos, se ha elevado sustancialmente, especialmente después de la reforma agraria, pasando de un total reconocido de 1.568 en 1960 a más de 7.000 en la actualidad, y llegando a 9.000 cuando se incluye a las comunidades nativas no reconocidas. Sin embargo, ese aumento exagera la tendencia de la cooperación porque en parte consiste no en nuevas cooperaciones, sino más bien en la división de comunidades existentes, y además, a la creciente importancia de contar con el escudo impositivo.

Pero queda por encontrar una fórmula para lograr la cooperación en la política, hoy hundida en el más extremo de los individualismos, a pesar de que, paradójicamente, algunos de esos políticos agitan banderas de solidaridad. ¿Se debe de exigir un título de preparación en las artes de buen gobierno? Por priorizar la democracia absoluta hoy hacemos caso omiso total a la necesidad de conocimientos. Hoy, la presidencia de un país es quizás el cargo que menos exige en cuanto a una probada capacidad de gestión.

Richard Webb es director del Instituto del Perú de la USMP