"Si queremos cambiar, debemos empezar por respetar las reglas. La mayoría de ellas existen para facilitar la convivencia".  (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Si queremos cambiar, debemos empezar por respetar las reglas. La mayoría de ellas existen para facilitar la convivencia". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

Hace unos días entré a la bodega del barrio y un vecino recriminaba fuertemente al dueño. Lo que pude escuchar es que un empleado del negocio, que hace entregas a domicilio, había realizado una maniobra temeraria en su . Según el vecino, había invadido la vereda y casi atropellado a su madre de ochenta y tantos años. Añadió que no era la primera vez que conducía de esa manera. Le exigió al empleador que garantice que no volvería a suceder. El dueño le respondió que hablaría con él, pero señaló que no podía supervisar cada uno de sus actos fuera del local. El vecino, molesto, se fue espetando “esperaba más de usted”.

Todos los días salgo a caminar o correr y con creciente frecuencia me encuentro con ciclistas transitando por las veredas. Normalmente ha resultado siendo una convivencia pacífica, sin mayores sobresaltos. Además, me alegra porque es una buena señal de que cada vez más limeños están dejando el carro. Por ello, estoy dispuesto a compartir ese pedazo de la vía pública que nos corresponde a los peatones.

Pero también he tenido varios encuentros no amigables. A ver… las veces que ando en el cruce peatonal con luz verde a favor y entre dos carros sorpresivamente aparece un ciclista sin intenciones de parar… cuando en la vereda me pasan por el costado a alta velocidad sin dar aviso… las ocasiones en las cuales timbran insistentemente demandando que me ponga de lado para que pasen…

Una vez, cuando un joven ciclista se molestó porque no le cedí el paso con la celeridad que esperaba, tuve ocasión de conversarle. Él comenzó diciendo que estaba mal que no cediera de inmediato porque iba más rápido que yo. Lo miré incrédulo y le respondí que la vereda es de los peatones y la calzada para las bicicletas. Señaló al tráfico –que era terrible a esa hora– y me dijo que ni loco transitaba en ese caos porque era peligroso. Entonces le respondí: “Si al ciclista lo desplazan de la calzada y él saca al peatón de la vereda, ¿por dónde caminamos?”.

Al punto que quiero llegar es que en Lima somos capaces de transformar algo bello, positivo y símbolo de cambio, como la bicicleta, en una cuestión abusiva y atropelladora. Yo entiendo que muchos ciclistas estén permanentemente a la defensiva porque la ciudad no les es nada amigable. Pero no se rompen esquemas o cambia positivamente a la sociedad conduciendo contra el tráfico, invadiendo veredas, intimidando peatones y pasándose la luz roja. Todas esas cosas ya la hacen las combis y mire cómo ha terminado nuestra triste ciudad.

Si queremos cambiar, debemos empezar por respetar las reglas. La mayoría de ellas existen para facilitar la convivencia. Por ejemplo, en el siglo XVII comenzaron a construirse veredas en las principales ciudades del mundo para salvaguardar al peatón. Primero para protegerlo de los caballos y carruajes y, luego, a partir del siglo XX, de todo vehículo sobre ruedas (carros, camiones, buses y… bicicletas). No en balde nuestro Reglamento de Tránsito claramente indica que es parte de la vía “destinada al uso de peatones”.

Esto es de esencial importancia porque, según un estudio del 2009, la caminata representa –después del transporte público– la segunda forma más común de viajes diarios en Lima, con el 25% del total. Es decir, no solo la bicicleta forma parte de una estrategia de mejora ambiental. Además, una tercera parte de los traslados a pie es para ir al colegio. Esto significa que niños y adolescentes son un sector significativo de los andantes y debemos protegerlos. Sin embargo, el peatón es casi el 80% de las víctimas mortales por accidentes de tránsito.

Ya me imagino que muchos ciclistas prudentes y conscientes –incluyendo varios amigos– me criticarán porque pierdo de vista el asunto esencial: el enemigo es el vehículo motorizado. Es responsable de hacer nuestras calles lugares inseguros y contaminados. Pero esto no es estrictamente cierto. El enemigo es el que no cumple las normas y no respeta a sus conciudadanos. Sea que vaya a pie o sobre dos, tres o más ruedas.