"Biden no puede retirar la invitación a México y a Argentina, pero no tendría que ponerlos en la misma mesa que a Suiza y Uruguay" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"Biden no puede retirar la invitación a México y a Argentina, pero no tendría que ponerlos en la misma mesa que a Suiza y Uruguay" (Ilustración: Giovanni Tazza).
Andrés Oppenheimer

El presidente estadounidense, Joe Biden, ha convocado a los líderes de unos 100 países a una ‘cumbre por la democracia’ el 9 y 10 de diciembre. Pero me pregunto si está haciendo bien en invitar a los presidentes de México, Argentina y otros países que –aunque democráticos– son cómplices de algunas de las peores dictaduras del mundo.

Biden merece crédito por tratar de promover la democracia en el mundo tras el retroceso que significó el expresidente de Estados Unidos Donald Trump. A Trump le importaban un comino la democracia y los derechos humanos, al punto que abrazaba a dictadores como los de Corea del Norte y Rusia, regalándoles victorias propagandísticas a cambio de nada.

Sin embargo, Biden debería tener más cuidado con los países que invita a esta cumbre, que, en este primer año, será virtual.

Según me dicen funcionarios estadounidenses, la lista preliminar de países invitados incluye a México, Argentina, Filipinas y Polonia. Aunque tienen presidentes electos democráticamente, México y Argentina son aliados de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Hay ocho países de América Latina y el Caribe que no han sido invitados, según las mismas fuentes. Se trata de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Haití.

Sería injusto excluir a México y Argentina de esta cumbre. No obstante, por otro lado, ¿deberían ser considerados amigos de la democracia el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y el presidente argentino, Alberto Fernández, cuando apoyan a las peores dictaduras de América Latina?

Tan recientemente como la semana pasada, Estados Unidos, los 27 países de la Unión Europea y la mayoría de las democracias latinoamericanas denunciaron la farsa electoral del 7 de noviembre en Nicaragua.

Hasta el Perú, cuyo presidente se postuló como candidato de un partido marxista, condenó inmediatamente el fraude electoral de Nicaragua. Sin embargo, no hubo tal condena de parte de México y Argentina.

El dictador nicaragüense Daniel Ortega, quien se reeligió para un cuarto mandato consecutivo a pesar de que la Constitución solo le permitía una reelección, había arrestado a los siete principales candidatos opositores antes de las elecciones.

En setiembre, López Obrador le había dado una bienvenida de alfombra roja en la capital mexicana al dictador cubano Miguel Díaz-Canel. Su visita tuvo lugar poco después de que su régimen arrestara a más de 500 manifestantes pacíficos por participar en las protestas antigubernamentales del 11 de julio.

Para Díaz-Canel, eso fue un gran espaldarazo político en un momento en que los líderes opositores en Cuba estaban pidiendo a la comunidad internacional aislar a la dictadura cubana.

Anteriormente, López Obrador había invitado al gobernante de Venezuela, Nicolás Maduro, a su toma de posesión en el 2018, rompiendo filas con los líderes mundiales que habían dejado de reconocer al dictador venezolano.

México y Argentina aducen que siguen una política de no intervención en los asuntos internos de otros países. Eso es una tontería, claro, porque ambos gobiernos populistas no tienen reparos en meterse constantemente en los asuntos internos de gobiernos de centroderecha o de derecha.

Los funcionarios estadounidenses argumentan que hay que invitar a la mayor cantidad de países posibles porque la cumbre debería tratar de convencer a los países reticentes a que sean más activos en la defensa de la democracia en todo el mundo.

No me parece un argumento convincente. A menos que las democracias latinoamericanas se unan para denunciar enérgicamente la farsa electoral de Nicaragua, habrá más Nicaraguas.

Biden no puede retirar la invitación a México y a Argentina, pero no tendría que ponerlos en la misma mesa que a Suiza y Uruguay. Debería sentarlos al fondo de la mesa o colocarlos al final de la agenda para dejar bien marcado que, aunque son gobiernos democráticamente electos, no son amigos de la democracia.


–Glosado y editado–

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