El bitcoin es la moneda virtual más usada en el mundo. (Foto: Reuters)
El bitcoin es la moneda virtual más usada en el mundo. (Foto: Reuters)
Diego Macera

“Si parece un pato, nada como pato y grazna como pato, ¿qué es?”, pregunta socarronamente el test del pato. Cuando algún elemento que aparentemente desconocemos presenta todas las características de un elemento conocido, lo más probable es que se trate del mismo. La pregunta retórica, por ejemplo, alguna vez fue utilizada por el cardenal estadounidense Richard Cushing para referirse a la posibilidad de que Fidel Castro sea efectivamente comunista a los pocos años de la victoria de su revolución y cuando para algunos no estaban claras sus tendencias.

Es casi inevitable recurrir a esta figura al hablar del reciente comportamiento de la criptomoneda bitcoin y la aparente burbuja a su alrededor. Luego de un comienzo estable, el valor de la moneda empezó a crecer abruptamente mientras se popularizaba en medios masivos. Su valor pasó de casi US$1.000 en enero del año pasado a un pico cercano a los US$20.000 a mediados de diciembre. Después, ante la noticia de que China podría restringir el minado de la criptomoneda y que Corea del Sur habría amenazado con prohibirla, la reacción a la baja fue violenta. Entre el 16 de diciembre y la fecha de redacción de este artículo, la cotización había caído casi 50%: las personas que invirtieron y compraron en el momento de mayor valor pensando que el precio seguiría subiendo hoy ven sus ahorros reducidos a la mitad.


Llegado este punto, el precio del comparte muchos elementos con otras burbujas económicas vistas antes. Quizá el principal de ellos sea que su valor y su demanda parecen que no dependen tanto de su utilidad o productividad inmediatas, sino de la expectativa del precio futuro. En otras palabras, la gente no compraba bitcoin porque sea una manera práctica y segura de realizar pagos, o porque les genere un retorno constante como inversión de capital, sino que invertía en bitcoin porque esperaba que el precio siguiera subiendo. A más precio, más personas invertían especulando que era un buen negocio, lo que a su vez volvía a subir el precio, y así sucesivamente. Una profecía autocumplida casi perfecta, pero que también aplicó a la baja: cuando se le presentó un problema (las referidas regulaciones de China y Corea del Sur, por ejemplo), al no tener valor fundamental detrás que lo respalde, el efecto psicológico fue el opuesto y el valor se fue en picada. No está de más aquí, pues, siguiendo la vieja sabiduría, preguntarse: si sube como burbuja, tiene fundamentos de burbuja y baja como burbuja, ¿qué es?

Charles Kindleberger, especialista en mercados financieros, identificó cinco fases de los procesos tipo burbuja: desplazamiento, ‘boom’, euforia, angustia financiera y repulsión. Durante el desplazamiento, la nueva tecnología –sean ferrocarriles, Internet o blockchain (la base de datos primaria del bitcoin)– demuestra su valor. Luego, durante el ‘boom’, los inversionistas se empiezan a animar hasta que llegan a la fase euforia –en la que el proceso de incrementos de precio se autorrefuerza–. Eventualmente, surgen cuestionamientos sobre el valor real de la nueva tecnología –angustia financiera–, el precio empieza a caer pues nadie quiere ser el último en vender y se llega a la repulsión. El bitcoin parece hoy ubicarse en algún estadio entre la tercera y la cuarta fase.

El recorrido del bitcoin y su valor revela dos lecciones económicas fundamentales. La primera es que, en el mediano o largo plazo, el precio de cualquier bien debe siempre reflejar su valor real para la sociedad. Una inversión en un activo cuyo único mérito es la suposición de que este subirá de precio difícilmente merece el nombre de inversión. La productividad cuesta, es lenta, y es difícil: los atajos para generar valor llevan a caminos sin salida o, directamente, a barrancos. Y la segunda lección es que la economía es una ciencia marcadamente psicológica. Euforias, pánicos, comportamientos obsesivos y cegueras deliberadas son parte de su día a día.

Al final, era solo un pato.