“La blanquirroja”, por Abelardo Sánchez León
“La blanquirroja”, por Abelardo Sánchez León
Abelardo Sánchez León

Pifiar el himno del adversario no solo demuestra falta de consideración y respeto, sino frustración y odio. Los no hemos superado los sentimientos negativos que despierta entre nosotros. En ambos países existen imaginarios vigentes que dificultan un mejor entendimiento y convierten en simples fachadas los acuerdos y los mensajes oficiales de concordia. Para los peruanos, los chilenos son todavía los enemigos: nos espían, invierten en nuestro territorio, pretenden nuestras marcas. Su ambición sería llegar hasta Arequipa y cogerse las aguas del Titicaca e irrigar el desierto de Atacama. Para ellos, nosotros seríamos los indios muertos de hambre, gente ordinaria, maleducada, que, además, invade las calles de Santiago.

Los partidos de fútbol son la excusa perfecta para desatar nuestras tirrias mutuas que, en lugar de amenguar con el paso del tiempo, se incrementan. Chile es un espejo que nos muestra en nuestra real dimensión: un país corrupto, con una clase política mezquina, sin políticas de Estado, en medio de una convivencia signada por la prepotencia. Cuando jugamos fútbol la diferencia radica en su orden táctico en relación con nuestra improvisación, nuestros errores inmaduros y nuestra individualidad absoluta. Nosotros fuimos la capital del Virreinato y ellos una simple capitanía; nosotros tuvimos una oligarquía elegante y un sistema de servidumbre retardatario en las haciendas serranas, mientras ellos tenían una clase media austera e ilustrada. Pero ellos son ahora los ricos de la región. Los recientes campeones de América. Nosotros somos los vándalos, los que deforestan y conviven con la minería ilegal, los que liberan narcos y chapotean en el reino de la impunidad. Ellos son los que saben cómo llegar a un Mundial. Ellos nos tienen pisados. Nosotros somos angustia y desesperación. El fútbol es la excusa perfecta para mostrar cuán diferentes somos, cuán bien lo hacen ellos y cuán mal lo hacemos nosotros. Ellos tuvieron a Allende y a Pinochet, nosotros a Sendero y a Fujimori. Santiago tiene metro; nosotros no. Nosotros tenemos buena mesa, felizmente, y ellos no.

Una vez, en Santiago, dije que entre el Perú y Chile hay una atracción fatal: nos miramos, intimamos, tenemos conocidos, amigos, amores. Pero dadas las expresiones mutuas de desconfianza, de sospechas sin fin, debemos fomentar una labor de entendimiento desde la sociedad, para conocernos mejor y fuera del ámbito de las embajadas, de las ferias de escritores. Nosotros tenemos, además, una labor pendiente con nuestro modo de ser: no mirarnos tanto el ombligo, no creer que la impunidad es común a toda sociedad, no pensar que nuestra comportamiento primario es un producto de exportación. La experiencia del intercambio exige rigor y calidad; querernos y respetar al vecino.