Una breve guía para lograr los sueños, por Beatriz Merino
Una breve guía para lograr los sueños, por Beatriz Merino
Beatriz Merino

Recibir el Premio a la Trayectoria de Vida (Lifetime Achievement Award) de la Universidad de Harvard me ha permitido reflexionar sobre lo que el centro de estudios más importante del mundo y sus valores han significado para mí.

Mucho es lo que puede decirse sobre la Universidad de Harvard. Hogar de la libertad académica, claustro del conocimiento, entidad preceptora de los altos valores de la cultura, formadora de artes, modos de ser y hábitos para la vida personal y la vida en común, proyectada desde su origen con la aspiración de servir desinteresadamente al ser humano, y contribuir decisivamente a su progreso personal, espiritual y material. De ella han provenido 45 premios Nobel.

Cuando llegué a Harvard me identifiqué de inmediato con los cuatro valores primordiales de su Declaración de Principios: el respeto por los derechos, diferencias y dignidad de los demás; la honestidad e integridad en todo lo que hacemos; la búsqueda consciente de la excelencia en nuestro trabajo; y dar cuenta por nuestras acciones y nuestra conducta.

Estos cuatro valores están signados por la ética, que es el norte que debe guiar todas nuestras acciones y nos recuerda que el interés de la patria está siempre por encima de los intereses personales, y que, frente a ella, se ven pequeños y subalternos. Esa ética es la que nos compromete con la integridad, la honradez y la vocación de servicio.
La integridad, que nos permite decir lo que pensamos y hacer lo que decimos. La honradez, que tiñe la vida de apertura, confianza y sinceridad, y que expresa la disposición a vivir en la luz. Y la vocación de servicio, la virtud más noble de todas, pues denota desprendimiento, entrega y altruismo.

Harvard también me inculcó hábitos que son los faros que me esfuerzo en seguir: el hábito de la atención, el arte de la expresión, el darme cuenta cuando aparece una nueva idea, el hábito de escuchar con tolerancia la refutación de las ideas y argumentos, para luego defenderlas con énfasis, el arte de indicar asentimiento o desacuerdo de manera graduada, sensata y medida, el hábito de fijarme en los detalles con exactitud, el saber hacer las cosas a su tiempo, el valor del trabajo duro y la sobriedad mental. Harvard ha sido la escuela donde aprendí e inicié esa tarea sin término que constituye el conocimiento de la propia persona.

Además de haber ampliado mis conocimientos, consolidado mis valores y moldeado mi carácter para poder servir no solo en el sector privado, sino, principalmente, al ciudadano en el servicio público, Harvard me enseñó que la excelencia es, en sí misma, una misión personal y social. En lo personal, la excelencia es una tensión hacia lo mejor.

Es un impulso y una sed interior e inagotable de no conformarnos con lo alto, sino a buscar lo más alto; que nos lleva a no satisfacernos con lo grande, sino a anhelar lo más grande; a no ir en pos de la gloria, sino de la trascendencia.

Socialmente, la excelencia no es un ornamento prescindible, es una necesidad urgente de nuestro país. Los peruanos no nacimos para mínimos ni para contentarnos con el menor esfuerzo. Nacimos para lo máximo, para lo más alto y lo más digno y todas las veces que no hacemos todo lo posible por ser excelentes, pagamos un altísimo precio, un costo terrible que sufrimos todos. Porque todos los que no se atreven a la excelencia nos hacen pagar la terrible retribución de la mediocridad.

Estoy convencida de que la búsqueda de la excelencia mejora a las personas y, por consiguiente, a la sociedad. Esa pesquisa por ser excelentes se manifiesta, en las personas, en su curiosidad, en su disciplina para cultivar sus mejores talentos, su aprovechamiento del tiempo, su perseverancia, su disposición a renunciar a gustos, satisfacciones y éxitos inmediatos, su cultivo de virtudes y valores fundamentales, su destreza para utilizar oportunamente los recursos puestos a su disposición. A su vez, esa exploración por cultivar lo excelente en la sociedad peruana es lo que nos hará un país nuevo, mejor, genuino: el país que queremos y con el que soñamos.

La excelencia debe convertirse en la misión de la sociedad peruana, pues si como país buscamos la excelencia en la conservación y cuidado de nuestros recursos, seremos un país que camina hacia su propia salvación, que dejará a sus hijos una nación rica y próspera. Si nuestra patria se hace excelente en la distribución de su riqueza, terminará la desigualdad e inequidad que lo aflige y que lleva en sí misma el germen de la delincuencia y la violencia. Si edificamos una sociedad que crea en la excelencia de los valores morales, esta tendrá cada vez mejores hijos, y nos preservará a todos de los flagelos de la delincuencia y la miseria humana que hoy nos azotan.

Un entorno que apueste por la excelencia en el comportamiento y en la conducta de todos habrá acabado de una vez y para siempre con la corrupción, la trampa, el doble rasero, la ausencia de escrúpulos y el pacto monstruoso con el mal menor como única opción de supervivencia.

Para decirlo en una frase, la búsqueda de la excelencia nos permitirá pasar del mal menor al bien mayor. Por último, si nuestros líderes y gobernantes se comprometen con la excelencia en todas sus actuaciones, tendrán la confianza y el corazón de sus electores, pues cumplirán con ellos, y permitirán que el Estado a ellos confiado sea institucional, viable, competente, y se alejará progresivamente del abismo de lo fallido y lo anárquico.

Al recibir este premio, lo dediqué sobre todo a todos los hombres y las mujeres jóvenes de nuestro país, para decirles que con esfuerzo y dedicación cada uno puede lograr sus sueños. Que no importa de cuán lejos partas, siempre podrás conseguir tus metas si te lo propones y trabajas duro en ello. Que vean en mi modesta contribución al porvenir del Perú una hoja de ruta de que la educación, la excelencia, la tenacidad y la ética pueden llevarte al lugar que tú has anhelado con fervor. Y pidan que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias, como escribió el poeta griego Constantino Kavafis en su poema “Regreso a Ítaca”, porque así los mejores años de sus vidas estarán siempre por venir.