"Ojalá el fuego de este espíritu nos acompañe siempre en medio de todos los fuegos devastadores reales y simbólicos que nos afligen en estos tiempos de incertidumbre". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Ojalá el fuego de este espíritu nos acompañe siempre en medio de todos los fuegos devastadores reales y simbólicos que nos afligen en estos tiempos de incertidumbre". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alexander Huerta-Mercado

Los nos han permitido participar en un ritual donde, como ocurre en este tipo de actividades, nos hemos podido observar a nosotros mismos; esta vez articulando al continente americano. Por otro lado, también es ocasión para que celebremos el significado del como práctica y como espectáculo que ha sabido adaptarse a los cambios sociales, Los Juegos nos han permitido una tregua en un panorama social incierto.

Comencemos por el territorio americano que da origen a la justa panamericana. El descubrimiento de América significó una catástrofe ecológica para un territorio que se había desarrollado de manera autónoma frente a los avatares del mundo. En este caso hablo del primer descubrimiento que los humanos hicieron hace aproximadamente 20 mil años atrás en esta parte del mundo. Mastodontes y mamuts que eran más pequeños que los elefantes africanos actuales, pero eran más abundantes; y megaterios que eran parecidos a perezosos gigantes, pero eran más activos. Esta mega-fauna, que no estaba tan bien equipada biológicamente, no sobrevivió a la nueva especie que llegó a competir, pero a esta última le sobraba ingenio y de ellos decendemos nosotros. La exigencia ecológica demandó organización social, sistemas de contabilidad y alianzas en torno a historias comunes. Con el tiempo, las Américas fueron testigo del surgimiento autónomo de la agricultura y con ella de las grandes civilizaciones que construyeron oráculos, caminos y pirámides, rindieron culto al sol y al espíritu de su entorno. También integraron la religión con la economía y la política, y vieron su historia truncada por los barcos que llegaron de Europa.

En términos occidentales, América fue visitada primero por los vikingos, que la encontraron poco interesante y la dejaron, y luego por un desesperado marino (que algunos suponen genovés) que ni siquiera la estaba buscando y que, sin embargo, oficialmente aparece como su descubridor occidental.

No hay evidencia de contacto fluido entre las grandes civilizaciones prehispánicas a lo largo del continente; no obstante, la conquista y colonización europea generó una matriz cultural basada en apropiación local de la impuesta cultura occidental. Una buena porción desde el sur de México hasta Tierra del Fuego, forma parte de una matriz común latina, la que conformamos una unión parecida a la que tienen los países árabes en Medio Oriente; es decir, compartimos una misma lengua, religión, una historia común de culturas indígenas que fueron conquistadas y un mestizaje multicultural. A pesar de ello, distintos desafíos históricos, herencias poscoloniales, accesibilidad de recursos y grados de saqueo político y corrupción han separado lo que Simón Bolívar entendió como una sola patria.

Ninguna reunión de presidentes en nuestro medio ha sido tan significativa para nosotros como sí lo ha sido un evento deportivo que una a toda América. En parte, eso se lo debemos a la dimensión de juego que tiene el deporte.

Si bien hemos sido cazadores recolectores la mayor parte de nuestra existencia como especie, y como tales nos hemos acostumbrado a correr como cazadores o potenciales presas, el deporte como tal es una construcción cultural posterior que ha implicado reglas, tiempos y espacios específicos. El deporte siempre ha ido de la mano con la estructura social; así, por ejemplo, el juego de la pelota ha sido una forma de ofrenda a los dioses entre los mayas y aztecas, fue parte del entrenamiento militar de los espartanos, fue una forma de distracción popular para los romanos y se constituyó en una forma de alianza y tregua entre las polis griegas durante las Olimpiadas. Con el tiempo el deporte ha encajado en la economía de mercado articulando empresas, negocios y campeones que ya no se conforman simplemente con coronas de laureles. Hoy por hoy, el deporte es la gran metáfora de la capacidad de la cultura por construirse a través del juego y también, cómo no, una metáfora del control del cuerpo a través de la disciplina social. Un equilibrio raro entre libertad y control, como lo es o pretende ser la sociedad moderna.

Hace unos días retornaba al Perú haciendo una escala en el aeropuerto de Panamá. En el mismo avión que nos traía al Perú venía el equipo paralímpico de Jamaica. Entraron en fila y cada uno tenía un desafío físico, pero ninguno necesitaba más asistencia especial que el abrazado grupo que habían formado. Eran verdaderos campeones en todos los sentidos y provocaban el aplauso general por la energía de su presencia y su unión. Héroes. Sus sonrisas estaban acompañadas de música alegre que oían desde una radio y que me llevó a entender cómo la música puede explicar mejor el sentimiento deportivo que une al mundo.

Entendí por qué la deslumbrante “Novena sinfonía” de Beethoven, conocida como el “Himno de la alegría” es elegida como canción de las Olimpiadas. También recordé cuando para las Olimpiadas de Los Ángeles de 1984 le encargaron al compositor brasileño Sergio Mendes la canción oficial y él compuso “Olympia”, donde se escuchaba la hermosa frase “el triunfo del espíritu es la victoria del ser humano”.

Ojalá el fuego de este espíritu nos acompañe siempre en medio de todos los fuegos devastadores reales y simbólicos que nos afligen en estos tiempos de incertidumbre. Ojalá que nos quede en la memoria que es una ocasión para ya dejar de lado las cosas que nos separan y superar nuestras limitaciones, en un espíritu positivo al que le pediríamos que, siguiendo con la metáfora musical de los Juegos, nunca pero nunca nos abandone… cariñito.